martes, 20 de diciembre de 2016

Treinta y dos años de mala suerte

Se sintió caer. No caer como cuando te hacen daño y simplemente no puedes tenerte en pie. No caer como cuando de pequeños tropezamos al engancharse los metales de los cordones de las botas y el suelo es de pequeñas piedras puntiagudas. No caer como como cuando te dan la peor de las noticias.

Simplemente sintió como su reflejo en aquel espejo sucio y viejo huyese y traspasase el suelo, como si alguien hubiera presionado el botón que accionaba una trampilla secreta. ¿Estaría asustada, ahí abajo? 

"Es donde viven los miedos, ya sabes", siempre la habían dicho, y desde entonces procuraba estar siempre lo más alto posible, alejada de su miedo a las orugas.

—¡Arregla ese gancho de una vez! —le gritó su padre al ver los pedazos de su alma esparcidos por el suelo—. Ya cargas sobre tu espalda treinta y dos años de mala suerte.

La chica se agachó para recogerse, avergonzada, por cuarta vez.

"Sabía que caería, lo sentí en el estómago". Simplemente se había quedado a observar cómo aquel reflejo debilucho y de semblante entristecido por no poder salir fuera de las fronteras de un marco labrado en polvo, caía una vez más sin pedir ayuda.

El enganche se salió de la pared lo justo para dar tiempo a reaccionar, lo justo para chillar "auxilio", lo justo para admitir que no era tan fuerte como creía o que el peso de su reflejo había crecido en el último año.

El suelo tembló como justo un año antes lo había hecho.

—Estoy segura de que ha sido un terremoto —dijo la hermana pequeña, ante el bochorno de la mayor—, tal vez un gigante ha tropezado.

Y cuando desnudó a su reflejo, este se escondió avergonzado. 

El espejo, convencido de haber cumplido con su función de reflejar al no encontrar reflejo alguno, decidió que le quedaban veinticuatro horas de vida, tiempo suficiente para recoger en un baúl las pertenencias de una vida y después marcharse.

Fue al día siguiente, que al estar tirada en la cama, el espejo salió de su sitio pisando más fuerte de lo previsto y sus lágrimas se esparcieron por todo el suelo.

La chica lloró durante un mes y treinta días, a la vez que recomponía a su viejo amigo.
Y así pasaron tres veces más, y tres veces más se convenció de que su espejo caía sin querer.

Pero esta vez, esta vez lo había previsto y no estaba dispuesta a llorar más. Se sabía cada paso hasta la próxima decepción. Esta vez barrió los pedazos y aceptó los treinta y dos años de mala suerte, se resignó y renunció a su reflejo.

Se resignó y le dejó allí donde los miedos viven, encerrado con un nido de orugas y el miedo a la decepción.





viernes, 14 de octubre de 2016

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Aceleré el paso.
La lluvia corría por mis sienes.
Solo yo no sabía nadar en el aire húmedo.
Torcí a la derecha y la volví a ver. Clara, como la luz del sol, pero en mitad de una noche de tormenta. Tenía el pelo de color electricidad y bailaba al ritmo de los truenos. Su vestido de nieve se pegaba a la piel, y pedía ser arrancado.
No era la primera vez que la veía, pero como cada vez, mi cuerpo temblaba hasta querer perder el control. Dejé de mirar.
En la quinta mañana me soñé corriendo. "¿De qué estoy huyendo?"
Llora más fuerte, nadie te oye.
Y la vi, aquella primera vez, pálida y brillante.
Y bailaba, se retorcía y sonreía, corría y caía, se enganchaba en las rejas y flotaba, sucia y pura.

Cuando me di cuenta, estaba recordando. Mi piel se estremeció allí donde en su día fue acariciada, exhaló como una flor que intenta abrirse y conseguir la máxima luz.
Mis labios temblaron al echar en falta aquel beso en la oscuridad, entre manta y manta.
Mis ojos echaron en falta una mirada enamorada en la que sentarse a descansar.

Y la volví a ver. No tenía ojos y se reía tan alto que quise gritar.
Los días pasaban de tres en tres y yo veía a aquella extraña en cada rincón de mis pesadillas.


El día 103, me puse mi mejor vestido y la invité a una copa. Y de mi piel brotaron flores.

miércoles, 6 de julio de 2016

Papel y tinta

A veces el reloj de nogal del salón rechina.
Grita porque piensa que todo está al revés.
Siempre fui de aquella clase de personas que tiran la piedra y no esconden la mano, nunca pensé que hiciera falta.
A veces salía a correr y simplemente me entretenía en contar cuántos tipos de flores distintas adornaban las orillas de la senda, en vez de pensar que me había equivocado otra vez de camino.
Creo que nunca me sentí tan bien como aquel día, de brisa, observé a cualquier persona y sentí indiferencia.
Cada día me atrevo a dar pasos más lejos y no, no me importa dejar atrás a gente en el camino. Y por eso cada vez me pierdo más, yo sola.
Nunca he sentido ganas más fuertes de guardar mis secretos como si fueran el misterio de por qué me convierto en una persona más indiferente cada día.
Nunca he disfrutado mejor de una pintura que aquel día en que intenté recrearla de memoria, antes de abrir los ojos.



He tenido días de soledad, donde yo me importo más que nada, donde las calles se vuelven los abrazos que me faltan.
A veces la música de un viejo saxofón reclama de dónde soy, de dónde vengo; y la libreta vieja con olor a tinta se abre por la página escrita a medias, un día de frío y monstruos.
Me da miedo la sombra que corre detrás de mi y a pesar de ello, me gusta jugar a seducirla y hacer que me persiga, para tener alguien que me acompañe.
Alguien que me acompañe a los lugares desolados donde habitan pájaros en nidos quemados, con olor a azufre.
Pájaros con dientes por boca, y que no cantan sino chillan tus peores pensamientos.
He creído tantas veces que el papel y la tinta curarían mis heridas que, entre calle y calle, escribo una línea de flores.
Y sin embargo, hoy los brazos dejan de ser las calles, hoy me cogen y me recolocan en aquel lugar de sonrisas agridulces.
Yo quiero la calle. Yo quiero mi libreta y mis líneas, de flores marchitas, pero flores.
Yo no quiero caer en las mismas ramas muertas que un día no soportaran mi peso.
Yo quiero bailar acompañada de mi sombra. 
Ella se encarga de que la soledad que respiro sea sana.

sábado, 7 de mayo de 2016

Lo del día a día

Hoy es de moda,
lanzar cuchillas
sin ton ni son.
Lanzar cuchillas,
a los amigos,
a la familia.
Lanzar cuchillas,
ya no es el arma
del corazón.
Lanzar cuchillas,
es tan del día,
que la sangre,
brota de agua y sol,
arcoiris.
Lanzar cuchillas,
hoy es
la más hermosa orquídea,
palabras de consuelo,
diálogos de desamor.

sábado, 2 de abril de 2016

No sé

Me tiré en la cama y respiré. Sabía que no era una ilusión, que había sentimientos que se apagaban, se extinguían, poco a poco, y el final era lo peor, aceptarlo, aceptar la caída, como en el límite de un mundo plano, la cascada infinita con los monstruos del submundo que reclamaban a sus presas
Pero nunca esperé que me pudiese pasar, que la gente a la que amaba podía desaparecer de un día para otro y yo seguir, seguir para sentir como los monstruos me los arrebataban, y yo no podía decir nada porque simplemente era un ser menor.
Miré al techo embobada, pensando en que mi vida era una serie, una cadena, de sucesos que no paraban a respirar, a pensar en si lo hacían bien o mal; una rosa que antes de admirar su trabajo y su belleza, ya estaba en su proceso de marchite.
Simplemente quise dejar de respirar, dejar de vivir, dormir eternamente, pero no podía.
En ese momento mi teléfono sonó y me sacó de mis pensamientos, que se enredaban cada vez mas, buscando el sentido para ellos, y quitándomelo a mi misma.
Llené la bañera, pensaba aclarar mis ideas.
Me quedé mirando como la espuma crecía, y crecía, ocultando la vida de debajo.
Por un momento imaginé que esa dulce nieve aumentaría hasta entrar en mi interior, y así poder pasar a formar parte de algo mágico y tranquilo.
Me desnudé y cogí el teléfono justo cuando volvía a sonar. Sin apenas mirarlo, lo hundí en el agua.
La música sonaba húmeda, y apagada. En poco tiempo, su luz se apagó, y por fin calló.
Dejé la casa como estaba por si algún día conseguía volver a ser la persona que una vez la gente conoció, la persona que yo nunca conocí, para mí no era extraño abandonar un nido que hice a partir de las flores secas del pasado.
Simplemente huí. A que mis pensamientos descansaran. A que los sucesos tuvieran un punto y coma.
A que mis sentimientos buscasen un sentido en algún lugar donde no se hubiese acabado, donde no se hubiese ido con la pérdida de aquella persona que me definía.
No lloré. Siempre fui de llorar, y en aquel momento no lloré. Supongo que una parte de esa persona se alojó en mi interior y me quitó las lágrimas. No sé que me pasó. Pero nunca volví a aquella casa.

domingo, 6 de marzo de 2016

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Se levantó con el cuchillo clavado a su cuello, y aun así no quiso gritar.
Se levantó y se lo arrancó, y lo quiso dejar.
Se empezaba a aburrir de sentir los pinchazos, el filo clavandose en una carne de color podrido.
Muerte.
Deberíamos acostumbrarnos a hablar de ella, pues le debemos mucho.
Nos libra de esta caldera, de este martirio, de esta injusticia.
Y mi cuchillo, que duele pero nunca mata.
Sangra pero mi sangre nunca acaba.
Y piel de margaritas mustias cada vez es más mustia.
¿Y qué?
Tal vez así espante a las trampas de la vida hasta que no pueda respirar más que recuerdos.
¿Y qué?
Tengo ganas de gritar pero duele que entre tanta gente nadie te pueda ayudar.
Tengo un cuchillo, que se me clava en el cuello,
en la cabeza,
y en el costado.
La vida sigue, y yo aun no consigo sacármelo.
Y su dueño, murió hace tiempo. Bendita envidia.
Ya no piensa en cuchillos ni en pistolas.
No se le clavan más que las caricias de la tierra mojada.
Escribo y ya no se porque motivo.

lunes, 29 de febrero de 2016

Caja carcomida

A veces sueño que el vacío no duele,
que el vacío es una caja
de madera carcomida,
con mariposas de alas tristes.
Me dijeron que el amor,
era como suspirar de alegría tan fuerte,
tan fuerte, que el pecho se te llenaba de flores blancas.
Y digo hoy, que he descubierto,
que las flores ahogan al principio,
y escasean con el tiempo.
Que las flores te llenan,
y cuando te acostumbras, quieres más.
Llega el día en que las flores se marchitan.
Pero tú, quieres que te llenen. Lo necesitas.
Te empiezas a llenar de flores cada vez más marchitas.
Y poco a poco, te pudres. Sabes que deberías parar.
Pero tienes la esperanza de que las flores te vuelvan a llenar de alegría, algún dia.
Y no. Todo acaba con gusanos.
Y me quedo vacía. Las mariposas ya se han ido.
¿Y mi interior? Soy una caja carcomida por gusanos.
Soy una carcasa vacía.

martes, 16 de febrero de 2016

Compañero

Entré en la casa, donde la gente estaba tirada por los suelos ya desde las seis de la tarde.
Llegué con la nieve, mi compañera fiel, mi cortante amiga que aunque duele, nunca abandona.
Entré en la casa y vi a caras rojas y cuerpos inquietos bailando al ritmo de un rock & roll.
Las luces me golpeaban como la lluvia de abril.
El reloj de la cocina marcaba la una  treinta y tres.

Dejé la cazadora plagada de parches encima de un sofá condenado a soportar el peso de a lo que todos nos sobraba.
Entré a un salón de madera de pino, y de copas de vodka blanco. Por encima de las cien cabezas se veía un humo de color arco iris, efecto de las dichosas luces.
Empecé a buscar a la persona que me había invitado a este palacio de Lucifer, por el mero hecho de saludar o decir "hola, he venido."

Sin embargo, me topé de bruces con el mayor extraño que el mundo me ha permitido descubrir. Me miraba de arriba abajo, como yo a él.
Tenía el pelo corto y negro, unos ojos negros, y vestía entero de negro. Y parecía estar solo. Cuando me di cuenta de que aquel era un espejo donde mi reflejo meditaba, también vislumbré al grupo de personas con el que se suponía que yo iba.

Me acerqué, y me senté en el hueco que me hicieron. Saludé, sin recibir respuesta, como cada día.
Escuché la conversación sobre las opiniones de aquel chico que se había suicidado la pasada semana.
—Seguro que fue por amor. Mucha gente se suicida por amor.
—No digas tonterías. Tendría problemas en casa.
—A lo mejor era un drogadicto y se tiró por la ventana pensando que un dragón celeste vendría a recogerle —se escucharon las carcajadas mientras daban caladas a sus cigarrillos. Intenté reír, aun no teniendo nada de gracia aquel comentario.
—Tal vez se sentía solo... —intenté opinar.
—¿Sabéis qué es lo mejor? Su novia está saliendo con otro chaval.
—¿Veis? Era por amor, seguro que esos dos no estaban bien.
—Eso es mentira, la chica está de baja por depresión. Mis abuelos la conocen, era la hija del tendero de su barrio..
—Tienes razón, seguro que fue porque esos dos no estaban bien. Aunque espero que su nuevo novio sea más guapo, el antiguo no lo era...
Se volvieron a escuchar carcajadas, esta vez me levanté y me fui, sintiendo el vacío de mis comentarios aun flotando en aquella atmósfera con olor a alcohol.

Pedí una copa, y empecé a beber mientras echaba una mirada al reloj que marcaba el paso de mi agonía.

Las dos. ¿Sólo media hora?
Me moví incómodo entre los cuerpos sudorosos hasta llegar al pie de las escaleras.
Dos escalones más arriba se podía ver como una planta lloraba en su tiesto mientras hacía de cenicero y entre sus ramas se clavaba un cartel que rogaba no subir a la planta de arriba. Sentí lástima por ella, y la vacié de colillas. Sentí que me susurraba un "gracias".
—Perdona, ¿sabes dónde hay un cubo de basura? —la chica se dio la vuelta y se fue—. Parece que no.
Volví al rincón donde aun seguían reunidos aquellos corazones sin sentimientos. Eché las colillas en el cenicero y me volví a sentar.

Esta vez no presté atención a la conversación.
Cuando consideré que había pasado un buen rato, me levanté para ir a charlar con mi amigo el reloj de cocina. Por supuesto, nadie percató mi marcha. Si es que habían percatado antes que había llegado.
Las dos y doce.

Entonces escuché un grito. Me giré para ver si alguien más lo había escuchado, pero no lo parecía.
Crucé otra vez entre la gente, esta vez dando codazos allá por donde pasaba; total, nadie se daba cuenta de mi presencia.
Llegué al pie de la escalera, la planta estaba tirada a un lado, con una rama rota y el cartel caído.
Subí todo lo rápido que pude, cuando escuché otro grito.

Abrí la puerta de la habitación, y presencié como tres chicos y una chica acorralaban a un chico en una esquina, y le quemaban con un mechero. El chico intentaba salir de allí, pero le volvían a tirar hacia el rincón.

Le volvieron a quemar, y esta vez el chico pataleó y dio puñetazos al aire para intentar librarse. Esto les hizo reír, y volvieron a la carga.
—¡Eh! —nadie me escuchó. Seguían riendo— ¡Eh! ¿Qué coño estáis haciendo?
Ver a aquel chico indefenso llorar me llenó de rabia. Cogí la lámpara y se la tiré encima a uno de aquellos matones, que gritó cayendo de rodillas al suelo, con la lámpara haciéndose mil pedazos.
El chico aprovechó esto para huir, se levantó y salió corriendo, empujándome a un lado con fuerza y bajando las escaleras sin echar la vista atrás.
—¿Qué coño..?
—Vayámonos de aquí.
Me pegué a la pared donde había llegado a parar tras el empujón del chico acosado, me pegué mucho temiendo el golpe de aquel grupo de matones.
Sin embargo, el golpe nunca llegó. Cuando abrí los ojos me vi solo en una habitación. Respiré, y me tiré en la cama.

Pensé en recoger la lámpara, pero algo en mi cabeza se negó a dejarme recogerla.

Miré al techo, donde había pegadas estrellas fosforescentes. El cuarto, por como estaba decorado, debía pertenecer a un niño pequeño. Cerré los ojos un momento.

Cuando me desperté, fue por culpa de una pareja que decidió entrar a acostarse en la cama donde yo dormía. Molesto, me levanté y me fui, dejando la cama para ellos solos.
Al bajar las escaleras, me sentí mareado. Me apoyé unos minutos contra la pared. La música resonaba en mis oídos, mi cerebro latía al ritmo de la bachata.
Cuando fui a continuar andando, me mareé el doble y caí de rodillas sobre el suelo, me sujeté la cabeza con las manos. ¿Qué me estaba pasando?

Me di cuenta de que había caído enfrente del espejo donde antes no me había reconocido. La sangre brotaba de mi sien, corriendo por todo el perfil de mi rostro y por el cuello, terminando su recorrido en mi camiseta, empapada de líquido granate.

Me separé las manos de la cara y las vi ambas manchadas de rojo, y pálidas, al igual que mi rostro desorientado.
Me quité pelo de la sien, y observé pequeños trozos de cristal clavados. Algún trozo de lámpara debió de saltar a la cama donde había estado durmiendo. Me quité los trozos, sintiendo un dolor puntiagudo.

"Necesito agua, o vendas, o algo" me levanté pero me caí al suelo a lo largo, las personas siguieron bailando a mi alrededor, empezando a subir por encima de mi.
—Ayudadme... —la música seguía sonando, haciendo mi cabeza retumbar. Seguía notando el descenso de la sangre por mi rostro, seguía notando mis brazos cada vez más pálidos.
"¿Cuánto tiempo llevo perdiendo sangre?"
Me tapé la sien fuerte con la manga de la camiseta, intentando frenar la sangre. Los golpes que recibía eran cada vez más letales, sobre todo si eran tacones los que se encajaban en mis brazos y espaldas. Hice un intento por levantarme otra vez, y esta vez conseguí llegar a una encimera donde apoyé todo mi peso. Cada vez me sentía más débil.

Miré el reloj de la cocina. Las tres cuarenta y cinco.
Miré al frente. Las luces me confundían.
Vi cada rostro riendo.
Cada boca besando, fumando.
Vi cuerpos bailando.
Hice un pequeño esfuerzo por taparme los oídos, pues faltaba poco para que estallasen por el constante grito de los altavoces.
"Ayudadme" quería gritar mientras mis brazos se escurrían con mi propia sangre en la encimera, y todo mi peso volvía a caer al suelo.
"Hacedme caso."
"Existo."
"Estoy aquí."
"Escuchadme."

La rabia me llenó por dentro. Toda la rabia que había en mi interior explotó, llenándome de vida, provocando que mi cuerpo ganase un último empujón. Todo mi ser quería hacerse notar.
Cogí la botella más cercana de whisky y la estampé contra los altavoces. Mil pedazos de cristal salieron volando, muchos clavándose en mis manos. El líquido entró en los aparatos, haciendo que la voz de la cantante se fuese apagando poco a poco hasta producirse un ruido insoportable que hizo gritar a todos, hasta apagarse. La sala se quedó en silencio, y mi cabeza descansó.

Alrededor, por primera vez, todos en silencio me observaban. Tenían cara de terror en sus rostros, y los que más cerca estaban de mi, se alejaban.
Aquella visión caló en mi mente, clamando más y más.
Tiré los altavoces, que se cayeron rompiéndose.
Cogí dos jarras de cristal que estrellé contra las personas que se atrevían a susurrar. Mis manos cogían objetos, y los tiraban contra la gente, contra el suelo.
La gente horrorizada salía corriendo, y empecé a oír gritos de insulto.
La gente me hacía caso. Se daba cuenta de que yo estaba allí.
Tiré tantas cosas, que golpeé a una vela que cayó sobre el suelo de pino, y en poco tiempo empezó a arder.
La gente salía despavorida, y entre golpes caí al suelo. Mi cabeza volvía a ser la misma de siempre, y más débil que nunca.

"¿Qué has hecho?" me desmayé.


                                                                  * * *

Cuando desperté, me encontraba en el jardín del portal de mi casa, tirado. Sentía mi corazón latiendo en cada parte de mi cuerpo, pero lo sentía de tal manera en la cabeza que no lograba escuchar nada de lo que pasaba alrededor.
Miré a los lados, pero me encontraba solo. Mi cabeza y mi mano se encontraban vendadas.
Estaba demasiado desconcertado, hasta que logré recordar. Recordé lo que había hecho. Y lloré, lloré como nunca. El miedo se apoderó de mi. ¿Había matado a personas?
Sin embargo, mis lloros no se oían más que como simples sollozos, pues mi energía no daba para más.

De repente, oí algo detrás de unos matorrales moverse.
"Han venido a devolvérmela. Me van a matar. Debería estar muerto." pero mis pensamientos eran contrarios a todo mi cuerpo, que quería huir. En mi vano intento de levantarme lo único que conseguí fue dar una vuelta sobre mi cuerpo y quedarme bocabajo.
—Eh, espera, tranquilo —oía una voz, y unos brazos me dieron la vuelta para volver a colocarme en mi antigua posición— no era mi intención asustarte. Es solo que... tenía miedo de tu reacción. Ya veo que por mucha cosa que quieras hacerme, te ganaría —rió la voz, y mis ojos consiguieron reconocer a aquel muchacho. Era el chico al que habían estado intentando quemar y pegar en la casa.
—¿Has sido tú? —susurré, señalando mi cabeza vendada.
—Sí. Te saqué de allí antes de que te hicieran papilla a base de pisadas. Por cierto, come. Tendrás más fuerza.

Me lanzó una chocolatina.
—No quiero. ¿He matado a mucha gente? —lloré.
—¿De qué hablas? Solo ha habido dos heridos. Y leves. Puedes estar tranquilo.
—¿Cómo voy a estar tranquilo?
—¿A caso ellos te ayudaron a ti? Se lo merecían.
—No digas eso. Yo no soy así.
—Cierto. Eres un moderno. Chico con sentimientos, ¿eh? Hacía mucho que no conocía a uno como tú.

Le miré. Me observaba fijamente. Era guapo. Tenía los ojos azules, y el pelo rubio. Sin embargo, era muy delgado, y parecía frágil. Me pregunté cómo habría logrado llevarme solo a rastras hasta mi barrio.
—Gracias.
—¿Por qué? —me sorprendí, mirándole a sus ojos azules. Más arriba, el cielo empezaba a clarear; las nubes pasaban a ser como la espuma del café en un fondo naranja.
—Por ayudarme anoche. En la casa. 
—Es lo que hacemos los modernos ante lo injusto —reí. Pero antes de poder terminar, el chico se inclinó y posó sus labios sobre los míos.
Me besó, tiernamente. Saboreé sus labios fríos. Sabían a tabaco, a ciudad, a dolor y a arte.

Cuando se apartó, mi aliento se quejó pidiéndole de vuelta.
Sin embargo, él se levantó.
—Será mejor que te vayas por un tiempo. La policía no tardará en venir a buscarte.
Asentí, abriendo la chocolatina con el fin de recuperar las fuerzas necesarias para subir a casa, hacer la maleta, despedirme de mi madre e irme. Lejos.

—¿Cómo te llamas?
—¿Qué más da? —respondió—. Te vas. —Empezó a caminar hasta desaparecer detrás del edificio.

Nunca más volví a aquella ciudad. Ni a hablar con ninguna persona. Ni volví a besar. Para que mis labios y mi corazón no olvidara.

domingo, 24 de enero de 2016

Beso de añoranza

—Existe.
—¿Qué?
—Un beso de añoranza.
—No lo dudaba.
—Son besos vacíos. Besos vacíos que lloran porque quisieran ser algo. Besos que se desean, pero que por alguna razón, saben a nada.
—A mí me saben a cielo.
—El cielo está sobrevalorado.
Él se acercó, haciéndola retroceder, e inevitablemente chocar contra la pared.
—No pienso como tú.
—Son besos que acostumbraban a ser de amor —continuó ella—, y se quedaron en cariño. Son besos que se necesitan, ¿sabes? Pero a la vez sienten que quisieran volar, y no estar tanto tiempo en tierra.
—¿Volar?
—Como solían hacerlo.
Ella se apartó cuidadosamente y caminó por la habitación, dándole la espalda.
—Son besos fríos, pero si no se juntan se congelan, y mueren.
—No te entiendo.
—A lo mejor no quieres entenderme.
Él caminó despacio, hasta volver a colocarse frente a ella.
—También existe.
—¿Qué?
—Un beso de amor.
—Algún día existieron.
—Se desean. Mutuamente. Y juegan juntos. Son besos llenos de confianza, de amor, de amistad. Son besos que dan sin pensar en recibir. Son besos tiernos, y cada beso es pensado. 

Una lágrima brotó de los inocentes ojos de ella, sin embargo, mantuvo la mirada fija en algún punto en el horizonte, negándose a mirarle a los ojos.

—Son besos que sonríen, ellos no tienen frío. No se necesitan para poder sobrevivir, pero son más felices cuando están juntos —continuó él diciendo, mientras sujetaba la cara de la chica en la palma de su mano.
Se acercó, y posó sus labios en los de ella.
Y ella, por fin, sintió que sus besos no estaban vacíos. Descubrió lo que era un beso de amor. Sabían dulces, casi a cielo.
Se puso de puntillas, y presionó sus labios más fuerte contra los del chico para absorber todo ese sabor, todo su calor.
Él colocó la mano detrás de su cintura, y presionó aquel frágil cuerpo contra el suyo fuerte.
Con un leve gemido, ella pasó las manos entre el cabello de color carbón del chico.
Y él, no pudo evitar sonreír.
Y ella, sintió que se alejaba del suelo, después de tanto tiempo.

domingo, 17 de enero de 2016

El Último Beso

Hace poco participé en un taller de escritura en el que la condición era poner como título "El Último Beso", y que el texto ocupara no más de 750 palabras. Sin embargo, este título le dio opción a mi cerebrito romántico a escribir por fin la historia de amor que llevaba en mi cabeza ya unos meses, y no podía ocupar solo 750 palabras. 
Mi relato tiene influencias de las mil cosas que tengo en la cabeza (Star Waaaars), por lo que aviso que no es nada original. De todas maneras, espero que os guste :)

[Escena nº 31]

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Estaba demasiado ocupado pensando en la tristeza de mi destierro. Demasiado triste, huyendo, que apenas me enteré de que había alguien por aquellos bosques más que yo, hasta que no me vi tirado en el suelo con una joven encima de mí y apuntándome con una espada de aspecto antiguo.
—¡Ghujoi uihagvoben pabafegh! —grité horrorizado en mi lengua natal, el enyéi.
—¿Qué?
Y así, fue como empezó una larga amistad.

—Creo que cada vez te entiendo un poco más —me decía Cressida a la vez que cazábamos algún ave para comer por la noche— aunque si me entiendes, yo te seguiré hablando en mi idioma, Kaos.

Asentí. Estaba feliz por haber encontrado a una persona que me hiciese compañía en mi soledad; pero no sólo era compañera, era mi amiga. Tras presentarme como Hezasfgeh, Cressida había decidido rebautizarme como Kaos, ya que decía que yo era un animalillo peludo, y nervioso que no podía estar quieto y gritar cada vez que veía algo extraño; y la verdad que tenía toda la razón. Dentro de los enyéis, yo era uno bastante cobarde, y por ello me desterraron. Además, el nombre era más fácil de pronunciar.
Cressida y yo recorrimos durante varios meses los bosques de Helianor, confiando y protegiéndonos las espaldas mutuamente. Ella estaba decidida a avanzar, siempre con la espada de aspecto antiguo al hombro, ya que era nuestra única arma de verdad (mi tirachinas no lo cuento).
—Creo que es por aquí.
Vokrhag.
—Por ahí hay un barranco Kaos, casi te caes tres veces ya, ¿sigues sin acordarte? Viene alguien... —nos escondimos detrás de unos troncos. Una figura encapuchada pasó por delante.
—¿Misgn enyéi? —susurré.
—No, es alto para ser un enyéi.
—¡Meni goagjk!
—Kaos, me llegas a la cintura. Créeme, es más alto que eso.
—¿Misgn trodofva?
—No, es bajo para ser un trodofva.
—Quién está ahí —preguntó una voz masculina, que salía de la capa.
Una mano de repente me tapó el morro. Cressida y yo aguantamos la respiración, con la esperanza de que aquel extraño no hubiese escuchado mi incontrolado gritito.
Sin embargo, los maderos cayeron y en un momento nos encontramos en una pequeña explanada tirados, yo con una espada en la cara, apuntándome (¿por qué siempre a mi?).
—¡Deja de apuntarle! ¡No le toques! —gritó Cressida, dando un propinazo con su espada a la contraria, y haciendo perder el equilibrio a aquel ser.
En un momento, solo pude ver el resplandor de las espadas metálicas chocar, y el sonido del hierro golpear. Cressida nunca atacaba, pero defendía bien aunque asustada.
Sin embargo, la firgura encapuchada logró tirarla al suelo.
—¿De dónde has sacado esa espada?
—La encontré —balbuceó— en un mercado.
—¿A quién se la has robado?
—Al hombre del mercado —admitió avergonzada.
—Jenimus. —Se bajó la capucha, mostrando a un joven de unos veinte años, con una mata de pelo rubio y unos ojos azules.
—Claro, así se llamaba. Sí. —Su semblante cambió— ¿Qué..? ¿Dean Densey? ¿Al que busca todo el mundo?
—No todo el mundo. Solo quien me quiere hacer prisionero, o me quiere para su ejército. Esa espada me pertenece, por cierto.
Cressida suspiró mientras se ponía en pie.
—Lo que me faltaba, un chulo creído dando órdenes. Esta espada solo la cambio por otro arma. Tú tienes otra, visto lo visto.
Dean miró hacia su espada.
Antes de que Cress añadiese algún comentario, di la alarma.
—¡CUIDADO! —tradujo ella, y con la espada paró el arma que se dirigía directamente a la espalda de Dean. El parecía sorprendido. Se volvió, y terminó con ayuda de Cressida con un trodofva cuya clara intención había sido apresarle.
—Oye, eres buena con la espada. Bueno, si practicases un poco más, estaría bien —se dio cuenta de que Cressida apenas podía con su peso—. Dejadme que os acompañe. Así nos protegeremos mutuamente y te podré enseñar. Además, no os dejo desarmados.
Cressida le miró fijamente. Sus ojillos de color avellana resaltaban la duda de sus pensamientos.
—¿Que te parece, Kaos?
Efagan psojal lakug.
—Pero se lo tiene creído, es un prepotente.
Mingua.
—No, casi te mata.
—Oye —intervino él— haz caso al osito. Y tú eres una novata de la espada.
Al final, Dean Densey vino con nosotros.

Todos los días avanzábamos y al caer la noche montábamos el campamento, haciendo guardias. Cressida y Dean aprendieron a confiar el uno en el otro, un poco al menos.

Durante el día, Dean enseñaba a Cressida a sujetar la espada, a caminar manteniendo el equilibrio, a esquivar golpes, y buscar puntos débiles; y en consecuencia, Cress se hacía una mejor guerrera.
—Primera batalla, novata. No va a ser a muerte, claramente —dijo el chico un día sonriendo de lado— no querrás morir tan joven, tendrás dieciséis.
Esto cabreó a Cressida tanto como para lanzarse en picado y atacar. ¿Llamarla débil? ¿Novata?
—¡Tengo dieciocho!
Dean paró el primer golpe con una carcajada. Cressida giró noventa grados para atacar por el otro lado, pero Dean ya había saltado y se había librado.
Cressida saltó detrás de él, pero él con un movimiento limpió le tiró la espada al suelo. Ella antes de que Dean la rozase con su espada, se agachó y se arrastró hasta recuperarla.
Se subió a una roca, y de allí tomó impulso. Dean volvió a parar el golpe con facilidad. Su melena rubia flotaba de un lugar a otro.
En un abrir y cerrar de ojos, Dean tenía agarrada a Cressida por la cintura, y con la espada colocada perpendicular a su cuello.
—Primera batalla: has perdido. —rió en su oído, y la soltó.
Aquella noche Cressida bajó la guardia, y  habló bastante con Dean. Estaba desesperado por volver con su familia y amigos, peros si lo hacía corrían peligro de ser atacados. Un tal "Drabok", un mercenario de gran importancia, le quería trabajando para él.
—Todo el mundo tiene miedo a Drabok. Al principio era un siemple mercenario, hacía su trabajo, y listo. Ahora tiene un ejército para él solo. La gente le tiene tanto miedo que nada le ocultan. Prácticamente gobierna en Saladwen, el lugar del que vengo. De pequeño me entrené tanto, que su principal ambición es que trabaje para él. Y no quiero. Me da igual cuánto me pague, no seré un opresor, como es él. Si no aceptaba, en cambio, amenazó con encarcelarme. Por eso huí.
Cressida comprendió.
—Todo el mundo te conoce.
—No a mí, conocen el apellido. Los Densey siempre han sido guerreros. Ya nadie quiere serlo porque lo considera peligroso, y lo es. Pero hay gente que nace para ello.
—Y otros que simplemente necesitan defenderse. —Yo sabía que hablaba de ella misma. Sus padres habían muerto cuando ella tenía cuatro años. Había pasado a ser propiedad de un herrero, que la había hecho trabajar duro, y cuando ella creció, él pretendió casarse con la chica veinte años más joven. Por eso, huyó— Será mejor que durmamos. Nos hemos quedado sin comida, y mañana tendremos que conseguir algo.
A la mañana siguiente, anduvimos por el bosque hasta divisar un poblado a las afueras.
—Iré al poblado. Cogeré una bolsa con comida, veré lo que pillo. Vosotros os quedáis aquí.
—¿Qué?
—¿Zaie? —preguntamos Dean y yo a la vez.
—Si vamos todos llamaremos la atención, no puedes permitir que te vea nadie, Densey. A parte, alguien tiene que vigilar las pocas cosas que tenemos —se empezó a alejar—. ¡Estad atentos para cuando vuelva!
—¿Es siempre tan mandona, Kaos? —se atrevió Dean una vez Cress se había alejado lo suficiente.
Ziege.
—Entiendo —rió. Se puso la capucha, para ocultarse.
*   *   *
—¿Suele hacer este tipo de cosas? Espero que no monte un escándalo.  Está tardando, no la habrá pasado nada ¿verdad?
Ziege. Kasog asdof.
—¡Ya viene!
Venía corriendo, con su larga coleta rubia brincando en su espalda. Traía una gran bolsa blanca de tela, que parecía estar llena.
—¿Qué dice? ¿La oyes?
¡Neihme! ¡Neihme!
—¡Enemigos! Mierda, vienen corriendo.
Dean no dudó en salir, y empezar a golpear con su espada desenfundada. Cressida mientras cayó agotada al suelo, donde dejó la bolsa.
—Dean Densey, ¿eh? Ofrecen una recompensa por entregarte con vida... —dijo un hombre con cara de rata. Tenía bigotes de rata, y unos ojillos demasiado pequeños para ser humano.
—¡No! —gritó Cressida, y se unió a la lucha. Era un dos contra dos. Aunque Cressida era mejor que antes con la espada, se notaba que sus contrincantes tenían mayor experiencia. Dean luchaba con el cara-rata, las espadas pasaban rozando los cuerpos de sus dueños.
Dean consiguió tirarle por un barranco de pequeña estatura, pero cara-rata antes de caer lanzó su espada, haciendo un gran tajo en su hombro. Dean gritó de dolor, y cayó al suelo.
—¡Dean! —gritó Cressida. Ella seguía intentando quitarse de encima a un enano, que aunque enano, era rápido y fuerte.
Cressida tenía que defender bien sus piernas, ya que el enano las atacaba continuamente. Cuando parecía que aquel hombrecillo iba a dar el golpe definitivo, Dean consiguió levantarse e intervenir, peleando hasta atravesar el pecho del enano con su espada.
Después, cayó desplomado al suelo.
—Dean, Dean, Dean... mierda, ¿estás bien? —Cressida estaba arrodillada ante él— Kaos, necesito que traslades el campamento bosque arriba, metido entre aquellos árboles más densos.
Ziegue —empecé a trabajar de inmediato. Mientras yo trasladaba las cosas subiendo la ladera de la montaña, Cressida estaba curando a un Dean sangrante, desmayado y sudado. Le echó agua en la herida, y con un trapo medianamente limpio, se la cubrió. Dean se quejaba de dolor.
—Perdóname, Dean —oía que Cressida sollozaba en la lejanía— perdóname.
—Eh, tranquila. ¿Has visto esa bolsa? Está a rebosar de comida, tendremos para dos semanas.
Era cierto, la bolsa blanca de tela contenía pequeñas bolsas con cereales, tres panecillos, un queso, una botella de leche y tres manzanas rojas.
—Pero he traído a esa gente y te han visto. El hombre que ha sobrevivido puede avisar de por donde andamos.
—No te preocupes, lo has hecho bien. Mañana nos iremos pronto y rápido, te lo prometo. Has sido muy valiente al luchar conmigo, de veras novata, no me esperaba esto —rió débilmente.
—Ni se te ocurra llamarme otra vez eso —rió, observando como los ojos azules de Dean se cerraban y se quedaba dormido. Me pregunté qué vería en ellos. En mis ojos, Cress veía a una criatura asustada. ¿Y en los ojos del gran guerrero?
Una vez dormido, entre Cressida y yo desplazamos su cuerpo hasta donde estaba el campamento.
—Vale, Kaos, para para otra vez.
—¡Chinab ead byui!
—¡Ya se que pesa! No te quejes, que apenas estás cargando.
—¡Feijoi asumm!
—¿En serio? ¿Quieres pelea renacuajo peludo? —salí corriendo antes de que me alcanzara algún golpe.
Una vez llegamos arriba, envolví en mantas a Dean e hice un pequeño fuego, mientras Cressida comía media manzana.
—Me quedo despierta en la primera guardia. Descansa.
—¿Minerh?
—Segura. Gracias Kaos. ¿Qué haría sin ti, amiguito? —me dio un abrazo, y me acosté.
Durante la noche, cuando Cressida dormía y yo estaba de guardia, Dean se despertó.
—¿Meine fuelu?
—No, gracias Kaos. Comeré mañana —sonrió, y se quitó un mechón de pelo de la cara. Parecía estar mejor—. Duerme. Haré guardia.
Nahue. Ili sueh qwepo.
—¿Ella no me deja? ¿Me tengo que recuperar? Ya estoy bien.
Nahue.
Dean sonrió.
—Como quieras, amiguito. Pero si tienes sueño, despiértame.
Por la mañana temprano, Cressida y yo recogimos todo, mientras Dean seguía dormido. Cuando terminamos y teníamos todo dispuesto para irnos, Cressida se acercó a despertárle.
—Densey... Densey... —Dean abrió los ojos de golpe, asustado— perdón, perdón.
—Cress... nada —dijo cerrándolos de nuevo por la cantidad de luz.
—Voy a mirarte la herida. ¿Puedo?
—Sí, te ayudo.
Cressida le desvendó el hombro. La herida estaba limpia, pero seguía siendo bastante profunda, y Dean apretaba los dientes cuando Cressida le volvía a vendar.
—Ha sido en el derecho...
—No hay problema, soy zurdo.
—Oh. Bueno, ¿estás bien? ¿Puedes andar?
—Sí, vayámonos.
Anduvimos durante todo el día, sin hacer paradas. El objetivo era alejarse del perímetro de aquella población lo máximo posible.
Sin apenas mediar palabra, montamos el campamento y dormimos, esta vez repartiéndonos las guardias entre los tres, dado que Dean insistió en que se encontraba bien.
Anduvimos varios días más, y al tercero, Dean comunicó que estaba lo suficientemente recuperado como para continuar enseñando a Cressida.

—Lo haces mal —reprochó Dean a Cressida cuando ésta atacaba el tronco de un árbol.

—No lo hago mal.
—Estás cogiendo mal la espada —se acercó para corregirla.
—Así no puedo manejarla.
—Si no puedes, es que no sabes.
—¿Qué te pasa? —Cressida le miró enfadada— Claro que se. Ya se bastante, he mejorado mucho.
—No lo suficiente. Yo eso lo hacía con cinco años.
Cressida le observó seria. En poco tiempo, estaba atacando a Dean.
—¿De qué vas? Eres un creído. —dirigió su espada a la cabeza de Dean, pero él, siempre tan rápido, ya había interpuesto la suya para parar el ataque.
—¿Y tú? Niñata, ¿te piensas que esto es fácil, que se aprende en dos días?
—Nunca te pedí que me enseñases.
Le empujó hacia atrás, pero el volvió a la carga con fuerza, partió el aire por la mitad con la espada, y si Cressida no se hubiese agachado, también habría separado su cabeza del resto de su cuerpo.
—¡Mineeh diaanhe! —les grité, quería que parasen, pues esa pelea se alejaba de ser una batalla de aprendizaje. Eran mis amigos, no me apetecía ver muerto a alguno (y aunque si me oía, no me perdonaría jamás, tenía más miedo por Cressida).
Cressida atacó sus piernas arrastrándose por el suelo, pero el saltó. Ella corriendo se levantó, y esquivó otro ataque brutal por parte de Dean.
Sin embargo, él consiguió ponerle la zancadilla y tirarla al suelo de culo, y así quedaron como la primera vez que lucharon.
—Entonces será mejor que me vaya —susurró Dean.
Cressida tenía los ojos brillantes, no se si de rabia o de arrepentimiento.
—Espera, Densey —le llamó mientras éste recogía— no te vayas. Te necesitamos con nosotros. Y sí quiero que me enseñes. Te estoy muy agradecida por ello, no se por qué he empezado a discutir.
Dean la miró, y asintió. Dejó sus cosas tiradas en el suelo, cogió una manzana y se fue a dar una vuelta.
—Perdónanos, Kaos. —Se levantó y se fue por otro lado.

*  *  *


—Estamos llegando a Saladwen.

—¿Qué? ¿Cómo hemos llegado aquí? Pensé que estábamos lejos.
—Pues no. Al huir tomamos un rumbo que no era, en vez de a la derecha torcimos a la izquierda. Pero de todas maneras, necesito recoger una cosa.
—¿El qué?
Dean dejó de mirar hacia el pequeño cúmulo de casas que se veía a lo lejos para poder mirar a Cressida. Se la quedó mirando un buen rato.
—Esa espada que tienes, pertenecía a mi abuelo. Drabok se la quitó y le metió en una celda hasta pudrirse, mientras que esa espada desapareció. La vendió, por lo que veo. Y supongo que por unas pocas monedas.
Cressida se sorprendió.
—Yo... Dean, lo siento. ¿Qué pasó con tu abuelo?
—Lo consiguieron rescatar, pero ya era tarde. Se había contagiado en la celda de una enfermedad bastante dañina. Murió al cabo de un mes.
—Dean, lo siento mucho —bajó la mirada— deberías habérmelo dicho antes, esa espada... tiene un gran significado para ti. Me contaste que fue quién te enseñó prácticamente todo lo que sabes. No debería ser yo quien luche con ella.
—No, no... tranquila. Esa espada te pertenece ahora. Yo te la doy. Al fin y al cabo, yo tengo la mía. Y luchas bien con ella. Considéralo un regalo de mi parte.
—No puedo aceptarlo.
—Sí puedes —sonrió mientras le cogía el rostro para que le mirase. Noté como Cress se sonrojaba.
—Gracias. La daré buen uso y la cuidaré lo mejor que pueda.
—Gracias, Cressida —le colocó un mechón de pelo rubio que probablemente se había salido de la coleta que siempre llevaba, detrás de la oreja— mi abuelo siempre llevaba con él un colgante, símbolo de la familia Densey. Ese colgante abre una caja que contiene unos mapas que hizo él mismo del país de Mayfairlen.
—¿Mayfairlen? Dicen que es como pisar un sueño, hay mucha variedad de seres vivos, de criaturas, de alimentos, de paisajes... más que aquí, en Abelfost.
—Mi sueño siempre ha sido ir. Y si tuviese el mapa, podría llevar allí a mi familia y empezar de nuevo. Podría volver con ellos, Cress. Empezar una nueva vida, sin la amenaza de Drabok.
Noté en el rostro de Cressida una punzada de dolor, pero lo disimuló bien.
—¿Dónde tenemos que ir a buscarlo?
Dean sonrió.
—Iré yo, es peligroso. Pero primero tenemos que acercarnos a la aldea.
Seguimos avanzando, como los pasados seis meses, a las orillas del bosque. Dean y Cressida entrenaban. Cressida cada vez se hacía más fuerte, tanto que a Dean cada vez le costaba más y más vencerla; y por ello, cada vez batallaban con más frecuencia.
Cressida confiaba plenamente en Dean, y Dean en Cressida. Aunque a veces seguían lanzándose pullas, el enfrentamiento que tuvieron hizo que se empezasen a respetar, ya que vieron que se habían subestimado mutuamente.
Y yo, disfrutaba de su compañía, ayudaba en todo lo que podía, y para nada echaba de menos a mi clan enyéi. Tenía una nueva familia. Pequeña, pero familia.
Una vez estuvimos a la altura de Saladwen, Dean se preparó. Por mucho que insistimos, sobre todo Cressida, no nos dejaba acompañarle a su misión de recoger el colgante.
—Pero Dean... —protestó Cress mientras éste se colocaba su capa, escondiendo su melena rubia bajo la capucha negra.
—Cressida —la cogió la mano— va a funcionar, tranquila. Lo único que necesito es que guardes la espada que ahora te pertenece. Y esconderte bien. Si Drabok se llega a enterar de que tengo una aprendiz tan fuerte como tú... te querrá reclutar. Y no quiero que eso pase.
—¿Te tendrás que enfrentar a él?
—Tal vez, si me ven entrar a la mansión o dentro de ella.
—Vamos, que sí.
—Cressida, saldré vivo. Yo atravesaré Saladwen por dentro, y vosotros como siempre, por la orilla de este bosque. Nos veremos al anochecer.
Ella asintió, y entonces éste comenzó a andar montaña abajo.
—¡Dean! —él se giró, y Cressida corrió a darle un gran abrazo. Yo fui detrás.
Esa vez ya no le interrumpimos, y cada uno siguió su camino.
Caminé dando pequeñas zancadas, y hablando con Cressida de cómo habíamos cambiado en seis meses. Encontramos unas lagunas, donde paramos a comer y a bañarnos, ya que hacía bastante que no lo hacíamos. Por suerte era un día cálido.
Cogimos de la bolsa de tela dos panes y bastante queso. De postre tomamos cacao mezclado en agua y hojas de menta. Dejamos una hogaza de pan, medio queso y bastante cacao para cuando volviese Dean. La bolsa de tela se había quedado como la bolsa de la comida oficialmente.
Tras unas horas, seguimos caminando, y pronto llegamos al final del poblado, pero Dean no se encontraba allí.
—¿Por qué no ha llegado aun? El sol se pondrá en una hora.
Me preocupé por nuestro amigo. No solía mentirnos, ni tampoco solía ser despreocupado.
Minwanf  erh ehjeik.
—Yo también estoy preocupada. Vamos a buscarle.

Entramos en aquel pueblecillo, de casas de madera. El poblado estaba especializado en leña, y se notaba. Era bastante grande.

Los caminos eran de tierra, y estaban encharcados ya que los días anteriores habían sido húmedos.
Cress se pasó por la cabeza su capucha negra, que había conseguido ganando a los dados en Siendrae.
Tenía el semblante serio, y miraba hacia todos lados mientras atravesábamos el pueblo en dirección a la mansión que antes nos había señalado Dean.
—Mira Kaos, hay niños en la calle. Ese de allí se parece a Dean.
Me planteé que pudiese ser algún hermano suyo, ya que allí vivía su familia según sus historias.
—Kaos, si llegamos y Dean no ha salido aun tendremos que entrar —me dijo, mientras se quitaba la coleta y escondía su melena debajo de la capucha—. Entiendo que no quieras. Es peligroso, y no quiero que te pase nada.
—¡Manya figoh!
—Pero Kaos... bueno, ten tu tirachinas a mano, algo es algo, amigo.

Llegamos, y no hubo suerte.

—Esperaremos. —Nos escondimos en unos arbustos cercanos a la entrada, y allí el tiempo se me hizo eterno. Tenía un mal presentimiento, y podía ver la preocupación en la cara de mi querida amiga.
Al principio, pensamos que Dean nos sería útil como protector. Nunca pensamos que él fuese a ser un gran amigo y profesor.
Menauen siluew mein...
—Tienes razón. Será mejor que entremos, el cielo se oscurece.
La puerta se volvía enorme a medida que te acercabas a ella. El enorme portón podía llegar al cielo de alto, y era bien ancho. Su revestimiento de madera y hierro daba a entender que quién vivía allí tenía riquezas.
Antes de entrar sin plan alguno, observamos que tenía varios pisos, y que había una pequeña ventanilla hundida entre hiedras en la parte de atrás de la mansión.
—Kaos, tu podrías entrar por ese hueco.
Ziege... —afirmé asustado. No podía asustarme. No podía ser un cobarde, ahora no. Cressida me necesitaba, y Dean también.
—Necesito que entres para poder abrirme el portón.
Y así lo hice. Me colé en una habitación fría y oscura. Realmente oscura. Cuando me acostumbré a la penumbra vi que me encontraba en un estrecho pasillo, y a los lados había celdas repletas de personas que fijaban sus miradas en mí.
—¿Has venido a salvarnos? —preguntó una niña de rizos rubios y castaños, en brazos de su madre enferma.
Mi pequeño corazón de enyéi se encogió.
Ziege. Guoshui meni perught maeuth.
La mayoría de ellos me miraron con cara perpleja, sin embargo, gracias a Heliabron, dios enyéi, un joven muchacho me tradujo.
—Dice que primero tiene que ayudar a una persona a entrar. Después, dice que vendrán él y sus amigos. No os hagáis ilusiones, moriremos todos.

Avancé, intentando tranquilizar a la gente que allí moría de pena por un tirano. Llegué al hall principal, y tras asegurarme de que no había gente a la vista, abrí el candado que bloqueaba el enorme portón.

En cuestión de segundos, mi amiga entró y ambos corrimos a escondernos. Le conté lo que había visto, y me prometió que cuando liberásemos a Dean, les llevaríamos con nosotros.
—¿En esta casa no hay gente? —Avanzábamos por los anchos pasillos con alfombras y armaduras.
Peightu.
—Kaos, tienes razón —me dijo mientras observaba un tapiz rajado y caído de la pared—. Y no sólo el tapiz, mira este cuadro. Y la alfombra tiene huellas de barro.
Todo parecía llevar al gran salón principal.
—Kaos, algunas habitaciones de la planta de arriba asoman con pequeños balcones al salón. Tienes que subir y vigilar todo desde allí. No quiero que te metas, es peligroso. Si pasa lo peor, tienes que intentar coger el colgante y llevárselo a la familia Densey.
Brebmai poilues...
—Claro que todo va a salir bien —me estrechó en un abrazo, pero noté como se enjugaba una lágrima a mis espaldas—. Eres un animalillo nervioso pero sabes lo que haces, tienes buen corazón. Prométeme que no te moverás. No quiero perderte.
Ante aquello, no me pude negar y lo prometí. Subí las escaleras y entré en una habitación llena de trastos y telarañas. Me dirigí sin espera al pequeño balcón y me asombró lo que vi.
Ante mis ojos se encontraba un salón grande, las mesas que parecían haber estado decoradas para una comida, ahora estaban amontonadas a los lados, volcadas, los centros de flores deshojados y los cristales rotos por doquier, y ropa ensangrentada esparcida por el suelo. Reconocí la capa de Dean ahora reducida a harapos.
Y Dean, estaba en el centro colocado de rodillas con las manos atadas a la espalda. Se le veía agotado, respirando fuerte. Sangraba, y sudaba. Sin embargo, su semblante era de odio. Miraba hacia arriba, donde en otro balconcillo similar al mío se encontraba un hombre con pelo y barba negra, y una enorme cicatriz que le atravesaba la cara. Era ancho de espaldas, fuerte, y le hablaba.
—Te dije que si no aceptabas te encarcelaría, y como un bobo has venido a ello. Aquí te pudras hasta que aceptes mi oferta —Dean cerró los ojos, dolorosamente— ¿has visto, chico? Yo también he aprendido. Como no aceptes rápido, vas a empezar a ser prescindible.
—Admitir que soy imprescindible para ti hace que me conmueva —se burló Dean, esbozando su típica sonrisa.
—Tú ríete. Mañana si no has aceptado, me daré por vencido. Entonces, te mataré.
—Me matarás porque tienes miedo de encontrar alguien más fuerte que tú.
Eché un vistazo a la puerta, ¿dónde estaba Cressida? Entonces la vi, estaba escondida detrás de una mesa volcada, observando aterrorizada la escena, al igual que yo.
—¿Más fuerte? Chico, ¡mira dónde estás! ¡Humillado! ¡Destrozado! Está claro que soy ya más fuerte que tú, Densey.
—Entonces libérame, Drabok. —Cressida recorría el salón escondiéndose tras las mesas, poco a poco se acercaba a Dean.
Drabok entonces saltó desde el balcón al suelo del salón. Tuve que taparme la boca para no gritar a Cressida que tuviese cuidado. Ella también se tapó la boca y pude ver el miedo reflejado en su pecho, que subía y bajaba a gran velocidad.
—No —Drabok no parecía haberse dado cuenta, así como Dean—. Prefiero eliminar enemigos —portaba una gran espada, y Dean tenía la suya tirada lejos de su alcance, en el suelo—, y por ello, es hora de decir adiós, Dean Densey.
Levantó la espada, y con fuerza atacó a Dean, que dejó de mirar.
Sin embargo, la espada paró a escasos centímetros de la cara de Dean.
—Ni se te ocurra —se escuchó una voz cargada de odio.
—¿Cressida? ¿Qué haces aquí? ¡Me prometiste que no vendrías!
—Y esta mocosa quién se cree que es.
La atacó, y ella consiguió parar el golpe. Empezó a caminar hacia atrás, con el objetivo de alejar a Drabok de Dean. Él atacaba con bruscos golpes secos, y no paraba. Cressida se defendía, y huía.
Vi desesperación en los ojos de Dean, una desesperación que antes no había. Empezó a pelear con la cuerda que tenía atadas sus manos.
Cressida mientras atacaba a Drabok, cogió carrerilla y de un salto golpeó con fuerza hacia abajo, pero una espada sujeta con aquel fuerte brazo paró el golpe, haciendo que ella cayése de lleno al suelo, reprimiendo un grito de dolor.
—¡Cressida!
Cressida levantó la cabeza para mirar a Dean, sus ojos se encontraron pero en poco tiempo tuvo que levantarse y huir.
—Veo que has estado enseñado a esta joven, muy bien chico. Tal vez ella me sea de ayuda, es buena...
—Nunca me haré tu aliada. Nunca.
Ella siguió golpeando, y saltando de mesa en mesa entre lasque quedaban de pie, conseguía poner de los nervios a un Drabok furioso que la perseguía.
Dean, desesperado, seguía intentando quitarse de encima la cuerda. Quise bajar y ayudarle, ayudarles a los dos, pero en mi cabeza resonaba la promesa de Cressida.
—¿Sabéis? Lo que más pierde en este mundo es el amor. Una persona haría cosas que en un estado normal no haría. ¿Y sabéis qué? Vais a perder. Yo dejé de tener sentimientos hace mucho tiempo —rió él.
¿A qué cuento venía aquello? Sólo lo entendí cuando los ojos de mis dos amigos se cruzaron, y a Dean se le escapó una lágrima, en su semblante sembrado de dolor.
Ante esto, Cressida bajó la guardia, lo que hizo que Drabok la empujase hasta caer de rodillas en frente de Dean.
—¿Me quieres? —Dean estaba agotado, sucio, y no pude evitar compadecerme por él. Nunca le había visto así,
Cressida le miró a los ojos, y le tocó el rostro con la mano.
—Claro que sí.
—Te quiero —dijo él rápido—, si me quieres de verdad, corre. ¡Vete!
Cressida le cogió el rostro entre las manos y presionó sus labios contra los del chico. El tiempo se paró, solo estaban ellos.
Y yo, olvidé mi promesa. Tenía que bajar. Bajé corriendo, y cuando entré me escondí tras una mesa al ver que Drabok se encontraba de frente.
—Y así —empezó— es como se consigue vencer a alguien. Ya no te quiero en mi ejército, niño blando. No me sirves.
Y con una carcajada, y sin poder evitarlo Cressida, atacó por la espalda a Dean, atravesando su estómago con la espada.
Esta vez se paró el tiempo otra vez, pero no como antes. Fue una espera desesperada. Mis ojos arrancaron a llorar por mi amigo muerto, y salí para que me pudiese ver, y yo a él, por última vez aunque fuese de lejos.
Cressida, con la cara desfigurada por el dolor, se levantó y lanzó la espada del abuelo Densey; y ésta, loca por hacer justicia, se dirigió al pecho de Drabok y se hundió, cortando su cruel risa.
Y entonces, todo volvió a la realidad, a la triste realidad.
La sangre empezó a brotar.
—¡Dean! —gritó ella— No mueras por favor, te quiero. Solo quería salvarte. Todo esto es por mi culpa.
Dean la miraba a los ojos, y con un esfuerzo increíble pudo pronunciar unas pocas palabras.
—Ya... ya me has salvado. Le has... matado. Has... salvado. Has.. salvado a mucha... a mucha gente. Eres... una guerre..ra. Eres... preciosa. Gracias... te quiero Cress. No lo.. olvides.
Sus ojos se quedaron fijos en los de Cressida, y ella entonces gritó.
El mundo entero se congeló, y yo sentí una flecha de impotencia al no poder hacer nada. No había hecho nada. Me acerqué a ella, con el grito aún retumbando en mi cabeza. Aun tengo pesadillas en las que escucho ese grito.
—Vámonos —susurró—, ya no tenemos nada por lo que luchar aquí, Kaos.
Se levantó, arrancando el colgante que Dean tenía al cuello y guardándolo en un bolsillo.
Quise decir algo, pero las palabras no me salían. Todo era demasiado doloroso.
—Volvemos a estar solos, Kaos.

Sin embargo, no todo fue final triste. Conseguimos liberar a los presos de Drabok, y Saladwen fue librado del gobierno del tirano, ya que una gran guerrera había acabado con él. La familia Densey lloró la pérdida de su hijo o hermano, pero recibieron de buen grado el colgante, y en poco tiempo se mudaron a Mayfarlen ya que así lo había deseado Dean.

Y bueno, Cressida y yo continuamos nuestro camino, a orillas de los bosques, buscando un lugar al que pertenecer.
Ella nunca olvidó a Dean, siempre lloraba por las noches. Pero poco a poco, ambos nos hicimos más fuertes, y decidimos dejar de huir de todos los lugares, por él.