domingo, 31 de agosto de 2014

Cuando llegue Otoño

Y de repente miras al cielo un día como otro cualquiera,
y los colores se han vuelto más nítidos.
El verde es más verde,
y el azul del cielo hace que quieras saber qué hay más allá, detrás de las nubes blancas que poco a poco se colocan en ese hueco que queda en el ramaje de los árboles que llevan ahí tanto tiempo,
que han crecido contigo y nunca has parado a observar;
sientes la humedad de miles de tormentas en esos troncos de leña.
Un día como otro cualquiera miras al cielo y las luces son más brillantes,
ya no son tan oscuras,
y sientes que por una vez el otoño estará menos marchito.

domingo, 17 de agosto de 2014

XVI

Se apoyó en el muro de piedra, poniéndose de puntillas.
Era un muro alto, incluso para ella. Contempló, sólo había una profunda extensión de mar.
Había zonas más claras de azul, tirando a verdoso, y luego otras zonas azul muy oscuro. Pero de todas maneras, se veía bastante el fondo, el agua estaba limpia.
Se quedó pensativa, mirando tan fijamente el océano que cualquiera diría que el color se plasmó en sus ojos. No quería volver. No, allí de donde venía no pensaba que fuera a ser bienvenida. ¿Qué había hecho, pues? Nada. Pero tenía miedo de volver.
Volver implicaba volver a estar sola, volver a ser invisible, volver a extrañar por amor, volver a llorar.
Ella quería quedarse allí donde el horizonte no dejaba de crecer y crecer, más azul cada vez. Se dió cuenta de que estaba haciendo mucha fuerza al apoyarse y se estaba haciendo arañazos en sus brazos.
Volvió a posar sus manoletinas en tierra firme, se sacudió el vestido y se tocó la cabeza para colocarse el sombrero... que no estaba. Se acercó corriendo al muro otra vez, pegando saltos para ver por encima. Intentó tranquilizarse y volvió a ponerse de puntillas. Y allí estaba, su sombrero blanco de ala, con flores de encaje, navegando cual velero, alejándose hacia el horizonte, como le hubiese gustado hacer a ella.
Sonrió levemente mientras miraba su sombrero alejarse.
-¡Es una pena! -gritó una voz grave, asustándola de tal manera que en sus prisas por bajar de aquel muro se araño haciendo sangrar sus anteriores heridas.-Le hacía muy bonita, el sombrero.
La voz venía de un chico, un poco mayor que ella, uno o dos años. Su pelo liso negro se rizaba levemente en sus sienes y su nuca, debido a la humedad.
Sus ojos grises recordaban al cielo encapotado de nubes. Con una sonrisa pícara, el chico se quedó observando las heridas.
-Perdone -dijo ella- una dama no debería haberse alzado al muro. Tendré que volver a vestir guantes por una temporada.
El chico rió y se sonrojó mientras la miraba.
-A mi también me gusta observar el mar desde aquí, pero el muro es mas alto de lo que uno piensa viéndolo a simple vista. -dicho esto se subió las mangas de la camisa, y mostró las mismas heridas que ella se había hecho.
Levantó la mirada y ella consiguió ver en esos ojos grises el mismo miedo y la misma soledad que ella sentía. Pero su padre se había alejado, debía ir antes de que se enfadase.
-Debo marchar. Ha sido un placer conocerle señor...
-Le diré mi nombre la siguiente vez que la vea, señorita.
 Se agachó, le besó la mano y se fue caminando, dándole la espalda.
Ojalá pudiese haber una siguiente vez, señor. pensó, y se alejó, medio corriendo, levantando las faldas de su vestido.

jueves, 14 de agosto de 2014

Pesadilla

Y en ese momento, con la música de los recuerdos de fondo, te resbalas por la pared, hasta caer de cuclillas en aquella esquina de melancolía, de extraños que una vez fueron queridos. 
Te aprietas la cara con la mano, como si eso fuese a parar que las lágrimas salgan disparadas, y que los gritos no huyan con angustia de tu garganta. 
La vergüenza y el temor que siempre se hallaron en un rincón en tu interior, existen más que nunca. Dicen que el amor es lo más bonito de todo, y así debe de ser, dado que cuando termina o se debilita, duele que se vaya, duele tanto... tanto que no te importaría saltar de un precipicio a las rocas más puntiagudas y desgastadas. 
Y el mundo sigue, a tu alrededor, nada ni nadie ha cambiado, tu corazón es el único que ha sido ocho veces apuñalado, pero eso nadie lo ve. 
Los colores de un mundo alegre se convierten en las flores mustias y grises del primer día de invierno, así como tú. 
Y los recuerdos, amor, los recuerdos que solo dos personas conocen, empiezan a surgir en tu memoria tan plenos como si te hallases en ellos; tan plenos porque tal vez ya solo tú tengas acceso a ellos. Pero te recuerdan que si esa es tu razón de mantenerte en pie, joder, lucha por traerla de vuelta. 
Levántate, y aunque las lágrimas no cesen, grítale que todo por lo que viviste está en frente de ti, y agradécele, que te haya sacado sonrisas hasta el punto de ya no poder darte más. 

Y te levantas de golpe, y miras a tu alrededor. Otra pesadilla, otro desamor. 
Pero cuando sales por la puerta, alguien te abraza por detrás, un beso, en la nuca, que hace que agradezcas que todo fuese un sueño, y que esa vergüenza y ese temor, vuelvan a ese pequeño rincón en tu interior.