domingo, 24 de enero de 2016

Beso de añoranza

—Existe.
—¿Qué?
—Un beso de añoranza.
—No lo dudaba.
—Son besos vacíos. Besos vacíos que lloran porque quisieran ser algo. Besos que se desean, pero que por alguna razón, saben a nada.
—A mí me saben a cielo.
—El cielo está sobrevalorado.
Él se acercó, haciéndola retroceder, e inevitablemente chocar contra la pared.
—No pienso como tú.
—Son besos que acostumbraban a ser de amor —continuó ella—, y se quedaron en cariño. Son besos que se necesitan, ¿sabes? Pero a la vez sienten que quisieran volar, y no estar tanto tiempo en tierra.
—¿Volar?
—Como solían hacerlo.
Ella se apartó cuidadosamente y caminó por la habitación, dándole la espalda.
—Son besos fríos, pero si no se juntan se congelan, y mueren.
—No te entiendo.
—A lo mejor no quieres entenderme.
Él caminó despacio, hasta volver a colocarse frente a ella.
—También existe.
—¿Qué?
—Un beso de amor.
—Algún día existieron.
—Se desean. Mutuamente. Y juegan juntos. Son besos llenos de confianza, de amor, de amistad. Son besos que dan sin pensar en recibir. Son besos tiernos, y cada beso es pensado. 

Una lágrima brotó de los inocentes ojos de ella, sin embargo, mantuvo la mirada fija en algún punto en el horizonte, negándose a mirarle a los ojos.

—Son besos que sonríen, ellos no tienen frío. No se necesitan para poder sobrevivir, pero son más felices cuando están juntos —continuó él diciendo, mientras sujetaba la cara de la chica en la palma de su mano.
Se acercó, y posó sus labios en los de ella.
Y ella, por fin, sintió que sus besos no estaban vacíos. Descubrió lo que era un beso de amor. Sabían dulces, casi a cielo.
Se puso de puntillas, y presionó sus labios más fuerte contra los del chico para absorber todo ese sabor, todo su calor.
Él colocó la mano detrás de su cintura, y presionó aquel frágil cuerpo contra el suyo fuerte.
Con un leve gemido, ella pasó las manos entre el cabello de color carbón del chico.
Y él, no pudo evitar sonreír.
Y ella, sintió que se alejaba del suelo, después de tanto tiempo.

domingo, 17 de enero de 2016

El Último Beso

Hace poco participé en un taller de escritura en el que la condición era poner como título "El Último Beso", y que el texto ocupara no más de 750 palabras. Sin embargo, este título le dio opción a mi cerebrito romántico a escribir por fin la historia de amor que llevaba en mi cabeza ya unos meses, y no podía ocupar solo 750 palabras. 
Mi relato tiene influencias de las mil cosas que tengo en la cabeza (Star Waaaars), por lo que aviso que no es nada original. De todas maneras, espero que os guste :)

[Escena nº 31]

 __________________________________________________________
Estaba demasiado ocupado pensando en la tristeza de mi destierro. Demasiado triste, huyendo, que apenas me enteré de que había alguien por aquellos bosques más que yo, hasta que no me vi tirado en el suelo con una joven encima de mí y apuntándome con una espada de aspecto antiguo.
—¡Ghujoi uihagvoben pabafegh! —grité horrorizado en mi lengua natal, el enyéi.
—¿Qué?
Y así, fue como empezó una larga amistad.

—Creo que cada vez te entiendo un poco más —me decía Cressida a la vez que cazábamos algún ave para comer por la noche— aunque si me entiendes, yo te seguiré hablando en mi idioma, Kaos.

Asentí. Estaba feliz por haber encontrado a una persona que me hiciese compañía en mi soledad; pero no sólo era compañera, era mi amiga. Tras presentarme como Hezasfgeh, Cressida había decidido rebautizarme como Kaos, ya que decía que yo era un animalillo peludo, y nervioso que no podía estar quieto y gritar cada vez que veía algo extraño; y la verdad que tenía toda la razón. Dentro de los enyéis, yo era uno bastante cobarde, y por ello me desterraron. Además, el nombre era más fácil de pronunciar.
Cressida y yo recorrimos durante varios meses los bosques de Helianor, confiando y protegiéndonos las espaldas mutuamente. Ella estaba decidida a avanzar, siempre con la espada de aspecto antiguo al hombro, ya que era nuestra única arma de verdad (mi tirachinas no lo cuento).
—Creo que es por aquí.
Vokrhag.
—Por ahí hay un barranco Kaos, casi te caes tres veces ya, ¿sigues sin acordarte? Viene alguien... —nos escondimos detrás de unos troncos. Una figura encapuchada pasó por delante.
—¿Misgn enyéi? —susurré.
—No, es alto para ser un enyéi.
—¡Meni goagjk!
—Kaos, me llegas a la cintura. Créeme, es más alto que eso.
—¿Misgn trodofva?
—No, es bajo para ser un trodofva.
—Quién está ahí —preguntó una voz masculina, que salía de la capa.
Una mano de repente me tapó el morro. Cressida y yo aguantamos la respiración, con la esperanza de que aquel extraño no hubiese escuchado mi incontrolado gritito.
Sin embargo, los maderos cayeron y en un momento nos encontramos en una pequeña explanada tirados, yo con una espada en la cara, apuntándome (¿por qué siempre a mi?).
—¡Deja de apuntarle! ¡No le toques! —gritó Cressida, dando un propinazo con su espada a la contraria, y haciendo perder el equilibrio a aquel ser.
En un momento, solo pude ver el resplandor de las espadas metálicas chocar, y el sonido del hierro golpear. Cressida nunca atacaba, pero defendía bien aunque asustada.
Sin embargo, la firgura encapuchada logró tirarla al suelo.
—¿De dónde has sacado esa espada?
—La encontré —balbuceó— en un mercado.
—¿A quién se la has robado?
—Al hombre del mercado —admitió avergonzada.
—Jenimus. —Se bajó la capucha, mostrando a un joven de unos veinte años, con una mata de pelo rubio y unos ojos azules.
—Claro, así se llamaba. Sí. —Su semblante cambió— ¿Qué..? ¿Dean Densey? ¿Al que busca todo el mundo?
—No todo el mundo. Solo quien me quiere hacer prisionero, o me quiere para su ejército. Esa espada me pertenece, por cierto.
Cressida suspiró mientras se ponía en pie.
—Lo que me faltaba, un chulo creído dando órdenes. Esta espada solo la cambio por otro arma. Tú tienes otra, visto lo visto.
Dean miró hacia su espada.
Antes de que Cress añadiese algún comentario, di la alarma.
—¡CUIDADO! —tradujo ella, y con la espada paró el arma que se dirigía directamente a la espalda de Dean. El parecía sorprendido. Se volvió, y terminó con ayuda de Cressida con un trodofva cuya clara intención había sido apresarle.
—Oye, eres buena con la espada. Bueno, si practicases un poco más, estaría bien —se dio cuenta de que Cressida apenas podía con su peso—. Dejadme que os acompañe. Así nos protegeremos mutuamente y te podré enseñar. Además, no os dejo desarmados.
Cressida le miró fijamente. Sus ojillos de color avellana resaltaban la duda de sus pensamientos.
—¿Que te parece, Kaos?
Efagan psojal lakug.
—Pero se lo tiene creído, es un prepotente.
Mingua.
—No, casi te mata.
—Oye —intervino él— haz caso al osito. Y tú eres una novata de la espada.
Al final, Dean Densey vino con nosotros.

Todos los días avanzábamos y al caer la noche montábamos el campamento, haciendo guardias. Cressida y Dean aprendieron a confiar el uno en el otro, un poco al menos.

Durante el día, Dean enseñaba a Cressida a sujetar la espada, a caminar manteniendo el equilibrio, a esquivar golpes, y buscar puntos débiles; y en consecuencia, Cress se hacía una mejor guerrera.
—Primera batalla, novata. No va a ser a muerte, claramente —dijo el chico un día sonriendo de lado— no querrás morir tan joven, tendrás dieciséis.
Esto cabreó a Cressida tanto como para lanzarse en picado y atacar. ¿Llamarla débil? ¿Novata?
—¡Tengo dieciocho!
Dean paró el primer golpe con una carcajada. Cressida giró noventa grados para atacar por el otro lado, pero Dean ya había saltado y se había librado.
Cressida saltó detrás de él, pero él con un movimiento limpió le tiró la espada al suelo. Ella antes de que Dean la rozase con su espada, se agachó y se arrastró hasta recuperarla.
Se subió a una roca, y de allí tomó impulso. Dean volvió a parar el golpe con facilidad. Su melena rubia flotaba de un lugar a otro.
En un abrir y cerrar de ojos, Dean tenía agarrada a Cressida por la cintura, y con la espada colocada perpendicular a su cuello.
—Primera batalla: has perdido. —rió en su oído, y la soltó.
Aquella noche Cressida bajó la guardia, y  habló bastante con Dean. Estaba desesperado por volver con su familia y amigos, peros si lo hacía corrían peligro de ser atacados. Un tal "Drabok", un mercenario de gran importancia, le quería trabajando para él.
—Todo el mundo tiene miedo a Drabok. Al principio era un siemple mercenario, hacía su trabajo, y listo. Ahora tiene un ejército para él solo. La gente le tiene tanto miedo que nada le ocultan. Prácticamente gobierna en Saladwen, el lugar del que vengo. De pequeño me entrené tanto, que su principal ambición es que trabaje para él. Y no quiero. Me da igual cuánto me pague, no seré un opresor, como es él. Si no aceptaba, en cambio, amenazó con encarcelarme. Por eso huí.
Cressida comprendió.
—Todo el mundo te conoce.
—No a mí, conocen el apellido. Los Densey siempre han sido guerreros. Ya nadie quiere serlo porque lo considera peligroso, y lo es. Pero hay gente que nace para ello.
—Y otros que simplemente necesitan defenderse. —Yo sabía que hablaba de ella misma. Sus padres habían muerto cuando ella tenía cuatro años. Había pasado a ser propiedad de un herrero, que la había hecho trabajar duro, y cuando ella creció, él pretendió casarse con la chica veinte años más joven. Por eso, huyó— Será mejor que durmamos. Nos hemos quedado sin comida, y mañana tendremos que conseguir algo.
A la mañana siguiente, anduvimos por el bosque hasta divisar un poblado a las afueras.
—Iré al poblado. Cogeré una bolsa con comida, veré lo que pillo. Vosotros os quedáis aquí.
—¿Qué?
—¿Zaie? —preguntamos Dean y yo a la vez.
—Si vamos todos llamaremos la atención, no puedes permitir que te vea nadie, Densey. A parte, alguien tiene que vigilar las pocas cosas que tenemos —se empezó a alejar—. ¡Estad atentos para cuando vuelva!
—¿Es siempre tan mandona, Kaos? —se atrevió Dean una vez Cress se había alejado lo suficiente.
Ziege.
—Entiendo —rió. Se puso la capucha, para ocultarse.
*   *   *
—¿Suele hacer este tipo de cosas? Espero que no monte un escándalo.  Está tardando, no la habrá pasado nada ¿verdad?
Ziege. Kasog asdof.
—¡Ya viene!
Venía corriendo, con su larga coleta rubia brincando en su espalda. Traía una gran bolsa blanca de tela, que parecía estar llena.
—¿Qué dice? ¿La oyes?
¡Neihme! ¡Neihme!
—¡Enemigos! Mierda, vienen corriendo.
Dean no dudó en salir, y empezar a golpear con su espada desenfundada. Cressida mientras cayó agotada al suelo, donde dejó la bolsa.
—Dean Densey, ¿eh? Ofrecen una recompensa por entregarte con vida... —dijo un hombre con cara de rata. Tenía bigotes de rata, y unos ojillos demasiado pequeños para ser humano.
—¡No! —gritó Cressida, y se unió a la lucha. Era un dos contra dos. Aunque Cressida era mejor que antes con la espada, se notaba que sus contrincantes tenían mayor experiencia. Dean luchaba con el cara-rata, las espadas pasaban rozando los cuerpos de sus dueños.
Dean consiguió tirarle por un barranco de pequeña estatura, pero cara-rata antes de caer lanzó su espada, haciendo un gran tajo en su hombro. Dean gritó de dolor, y cayó al suelo.
—¡Dean! —gritó Cressida. Ella seguía intentando quitarse de encima a un enano, que aunque enano, era rápido y fuerte.
Cressida tenía que defender bien sus piernas, ya que el enano las atacaba continuamente. Cuando parecía que aquel hombrecillo iba a dar el golpe definitivo, Dean consiguió levantarse e intervenir, peleando hasta atravesar el pecho del enano con su espada.
Después, cayó desplomado al suelo.
—Dean, Dean, Dean... mierda, ¿estás bien? —Cressida estaba arrodillada ante él— Kaos, necesito que traslades el campamento bosque arriba, metido entre aquellos árboles más densos.
Ziegue —empecé a trabajar de inmediato. Mientras yo trasladaba las cosas subiendo la ladera de la montaña, Cressida estaba curando a un Dean sangrante, desmayado y sudado. Le echó agua en la herida, y con un trapo medianamente limpio, se la cubrió. Dean se quejaba de dolor.
—Perdóname, Dean —oía que Cressida sollozaba en la lejanía— perdóname.
—Eh, tranquila. ¿Has visto esa bolsa? Está a rebosar de comida, tendremos para dos semanas.
Era cierto, la bolsa blanca de tela contenía pequeñas bolsas con cereales, tres panecillos, un queso, una botella de leche y tres manzanas rojas.
—Pero he traído a esa gente y te han visto. El hombre que ha sobrevivido puede avisar de por donde andamos.
—No te preocupes, lo has hecho bien. Mañana nos iremos pronto y rápido, te lo prometo. Has sido muy valiente al luchar conmigo, de veras novata, no me esperaba esto —rió débilmente.
—Ni se te ocurra llamarme otra vez eso —rió, observando como los ojos azules de Dean se cerraban y se quedaba dormido. Me pregunté qué vería en ellos. En mis ojos, Cress veía a una criatura asustada. ¿Y en los ojos del gran guerrero?
Una vez dormido, entre Cressida y yo desplazamos su cuerpo hasta donde estaba el campamento.
—Vale, Kaos, para para otra vez.
—¡Chinab ead byui!
—¡Ya se que pesa! No te quejes, que apenas estás cargando.
—¡Feijoi asumm!
—¿En serio? ¿Quieres pelea renacuajo peludo? —salí corriendo antes de que me alcanzara algún golpe.
Una vez llegamos arriba, envolví en mantas a Dean e hice un pequeño fuego, mientras Cressida comía media manzana.
—Me quedo despierta en la primera guardia. Descansa.
—¿Minerh?
—Segura. Gracias Kaos. ¿Qué haría sin ti, amiguito? —me dio un abrazo, y me acosté.
Durante la noche, cuando Cressida dormía y yo estaba de guardia, Dean se despertó.
—¿Meine fuelu?
—No, gracias Kaos. Comeré mañana —sonrió, y se quitó un mechón de pelo de la cara. Parecía estar mejor—. Duerme. Haré guardia.
Nahue. Ili sueh qwepo.
—¿Ella no me deja? ¿Me tengo que recuperar? Ya estoy bien.
Nahue.
Dean sonrió.
—Como quieras, amiguito. Pero si tienes sueño, despiértame.
Por la mañana temprano, Cressida y yo recogimos todo, mientras Dean seguía dormido. Cuando terminamos y teníamos todo dispuesto para irnos, Cressida se acercó a despertárle.
—Densey... Densey... —Dean abrió los ojos de golpe, asustado— perdón, perdón.
—Cress... nada —dijo cerrándolos de nuevo por la cantidad de luz.
—Voy a mirarte la herida. ¿Puedo?
—Sí, te ayudo.
Cressida le desvendó el hombro. La herida estaba limpia, pero seguía siendo bastante profunda, y Dean apretaba los dientes cuando Cressida le volvía a vendar.
—Ha sido en el derecho...
—No hay problema, soy zurdo.
—Oh. Bueno, ¿estás bien? ¿Puedes andar?
—Sí, vayámonos.
Anduvimos durante todo el día, sin hacer paradas. El objetivo era alejarse del perímetro de aquella población lo máximo posible.
Sin apenas mediar palabra, montamos el campamento y dormimos, esta vez repartiéndonos las guardias entre los tres, dado que Dean insistió en que se encontraba bien.
Anduvimos varios días más, y al tercero, Dean comunicó que estaba lo suficientemente recuperado como para continuar enseñando a Cressida.

—Lo haces mal —reprochó Dean a Cressida cuando ésta atacaba el tronco de un árbol.

—No lo hago mal.
—Estás cogiendo mal la espada —se acercó para corregirla.
—Así no puedo manejarla.
—Si no puedes, es que no sabes.
—¿Qué te pasa? —Cressida le miró enfadada— Claro que se. Ya se bastante, he mejorado mucho.
—No lo suficiente. Yo eso lo hacía con cinco años.
Cressida le observó seria. En poco tiempo, estaba atacando a Dean.
—¿De qué vas? Eres un creído. —dirigió su espada a la cabeza de Dean, pero él, siempre tan rápido, ya había interpuesto la suya para parar el ataque.
—¿Y tú? Niñata, ¿te piensas que esto es fácil, que se aprende en dos días?
—Nunca te pedí que me enseñases.
Le empujó hacia atrás, pero el volvió a la carga con fuerza, partió el aire por la mitad con la espada, y si Cressida no se hubiese agachado, también habría separado su cabeza del resto de su cuerpo.
—¡Mineeh diaanhe! —les grité, quería que parasen, pues esa pelea se alejaba de ser una batalla de aprendizaje. Eran mis amigos, no me apetecía ver muerto a alguno (y aunque si me oía, no me perdonaría jamás, tenía más miedo por Cressida).
Cressida atacó sus piernas arrastrándose por el suelo, pero el saltó. Ella corriendo se levantó, y esquivó otro ataque brutal por parte de Dean.
Sin embargo, él consiguió ponerle la zancadilla y tirarla al suelo de culo, y así quedaron como la primera vez que lucharon.
—Entonces será mejor que me vaya —susurró Dean.
Cressida tenía los ojos brillantes, no se si de rabia o de arrepentimiento.
—Espera, Densey —le llamó mientras éste recogía— no te vayas. Te necesitamos con nosotros. Y sí quiero que me enseñes. Te estoy muy agradecida por ello, no se por qué he empezado a discutir.
Dean la miró, y asintió. Dejó sus cosas tiradas en el suelo, cogió una manzana y se fue a dar una vuelta.
—Perdónanos, Kaos. —Se levantó y se fue por otro lado.

*  *  *


—Estamos llegando a Saladwen.

—¿Qué? ¿Cómo hemos llegado aquí? Pensé que estábamos lejos.
—Pues no. Al huir tomamos un rumbo que no era, en vez de a la derecha torcimos a la izquierda. Pero de todas maneras, necesito recoger una cosa.
—¿El qué?
Dean dejó de mirar hacia el pequeño cúmulo de casas que se veía a lo lejos para poder mirar a Cressida. Se la quedó mirando un buen rato.
—Esa espada que tienes, pertenecía a mi abuelo. Drabok se la quitó y le metió en una celda hasta pudrirse, mientras que esa espada desapareció. La vendió, por lo que veo. Y supongo que por unas pocas monedas.
Cressida se sorprendió.
—Yo... Dean, lo siento. ¿Qué pasó con tu abuelo?
—Lo consiguieron rescatar, pero ya era tarde. Se había contagiado en la celda de una enfermedad bastante dañina. Murió al cabo de un mes.
—Dean, lo siento mucho —bajó la mirada— deberías habérmelo dicho antes, esa espada... tiene un gran significado para ti. Me contaste que fue quién te enseñó prácticamente todo lo que sabes. No debería ser yo quien luche con ella.
—No, no... tranquila. Esa espada te pertenece ahora. Yo te la doy. Al fin y al cabo, yo tengo la mía. Y luchas bien con ella. Considéralo un regalo de mi parte.
—No puedo aceptarlo.
—Sí puedes —sonrió mientras le cogía el rostro para que le mirase. Noté como Cress se sonrojaba.
—Gracias. La daré buen uso y la cuidaré lo mejor que pueda.
—Gracias, Cressida —le colocó un mechón de pelo rubio que probablemente se había salido de la coleta que siempre llevaba, detrás de la oreja— mi abuelo siempre llevaba con él un colgante, símbolo de la familia Densey. Ese colgante abre una caja que contiene unos mapas que hizo él mismo del país de Mayfairlen.
—¿Mayfairlen? Dicen que es como pisar un sueño, hay mucha variedad de seres vivos, de criaturas, de alimentos, de paisajes... más que aquí, en Abelfost.
—Mi sueño siempre ha sido ir. Y si tuviese el mapa, podría llevar allí a mi familia y empezar de nuevo. Podría volver con ellos, Cress. Empezar una nueva vida, sin la amenaza de Drabok.
Noté en el rostro de Cressida una punzada de dolor, pero lo disimuló bien.
—¿Dónde tenemos que ir a buscarlo?
Dean sonrió.
—Iré yo, es peligroso. Pero primero tenemos que acercarnos a la aldea.
Seguimos avanzando, como los pasados seis meses, a las orillas del bosque. Dean y Cressida entrenaban. Cressida cada vez se hacía más fuerte, tanto que a Dean cada vez le costaba más y más vencerla; y por ello, cada vez batallaban con más frecuencia.
Cressida confiaba plenamente en Dean, y Dean en Cressida. Aunque a veces seguían lanzándose pullas, el enfrentamiento que tuvieron hizo que se empezasen a respetar, ya que vieron que se habían subestimado mutuamente.
Y yo, disfrutaba de su compañía, ayudaba en todo lo que podía, y para nada echaba de menos a mi clan enyéi. Tenía una nueva familia. Pequeña, pero familia.
Una vez estuvimos a la altura de Saladwen, Dean se preparó. Por mucho que insistimos, sobre todo Cressida, no nos dejaba acompañarle a su misión de recoger el colgante.
—Pero Dean... —protestó Cress mientras éste se colocaba su capa, escondiendo su melena rubia bajo la capucha negra.
—Cressida —la cogió la mano— va a funcionar, tranquila. Lo único que necesito es que guardes la espada que ahora te pertenece. Y esconderte bien. Si Drabok se llega a enterar de que tengo una aprendiz tan fuerte como tú... te querrá reclutar. Y no quiero que eso pase.
—¿Te tendrás que enfrentar a él?
—Tal vez, si me ven entrar a la mansión o dentro de ella.
—Vamos, que sí.
—Cressida, saldré vivo. Yo atravesaré Saladwen por dentro, y vosotros como siempre, por la orilla de este bosque. Nos veremos al anochecer.
Ella asintió, y entonces éste comenzó a andar montaña abajo.
—¡Dean! —él se giró, y Cressida corrió a darle un gran abrazo. Yo fui detrás.
Esa vez ya no le interrumpimos, y cada uno siguió su camino.
Caminé dando pequeñas zancadas, y hablando con Cressida de cómo habíamos cambiado en seis meses. Encontramos unas lagunas, donde paramos a comer y a bañarnos, ya que hacía bastante que no lo hacíamos. Por suerte era un día cálido.
Cogimos de la bolsa de tela dos panes y bastante queso. De postre tomamos cacao mezclado en agua y hojas de menta. Dejamos una hogaza de pan, medio queso y bastante cacao para cuando volviese Dean. La bolsa de tela se había quedado como la bolsa de la comida oficialmente.
Tras unas horas, seguimos caminando, y pronto llegamos al final del poblado, pero Dean no se encontraba allí.
—¿Por qué no ha llegado aun? El sol se pondrá en una hora.
Me preocupé por nuestro amigo. No solía mentirnos, ni tampoco solía ser despreocupado.
Minwanf  erh ehjeik.
—Yo también estoy preocupada. Vamos a buscarle.

Entramos en aquel pueblecillo, de casas de madera. El poblado estaba especializado en leña, y se notaba. Era bastante grande.

Los caminos eran de tierra, y estaban encharcados ya que los días anteriores habían sido húmedos.
Cress se pasó por la cabeza su capucha negra, que había conseguido ganando a los dados en Siendrae.
Tenía el semblante serio, y miraba hacia todos lados mientras atravesábamos el pueblo en dirección a la mansión que antes nos había señalado Dean.
—Mira Kaos, hay niños en la calle. Ese de allí se parece a Dean.
Me planteé que pudiese ser algún hermano suyo, ya que allí vivía su familia según sus historias.
—Kaos, si llegamos y Dean no ha salido aun tendremos que entrar —me dijo, mientras se quitaba la coleta y escondía su melena debajo de la capucha—. Entiendo que no quieras. Es peligroso, y no quiero que te pase nada.
—¡Manya figoh!
—Pero Kaos... bueno, ten tu tirachinas a mano, algo es algo, amigo.

Llegamos, y no hubo suerte.

—Esperaremos. —Nos escondimos en unos arbustos cercanos a la entrada, y allí el tiempo se me hizo eterno. Tenía un mal presentimiento, y podía ver la preocupación en la cara de mi querida amiga.
Al principio, pensamos que Dean nos sería útil como protector. Nunca pensamos que él fuese a ser un gran amigo y profesor.
Menauen siluew mein...
—Tienes razón. Será mejor que entremos, el cielo se oscurece.
La puerta se volvía enorme a medida que te acercabas a ella. El enorme portón podía llegar al cielo de alto, y era bien ancho. Su revestimiento de madera y hierro daba a entender que quién vivía allí tenía riquezas.
Antes de entrar sin plan alguno, observamos que tenía varios pisos, y que había una pequeña ventanilla hundida entre hiedras en la parte de atrás de la mansión.
—Kaos, tu podrías entrar por ese hueco.
Ziege... —afirmé asustado. No podía asustarme. No podía ser un cobarde, ahora no. Cressida me necesitaba, y Dean también.
—Necesito que entres para poder abrirme el portón.
Y así lo hice. Me colé en una habitación fría y oscura. Realmente oscura. Cuando me acostumbré a la penumbra vi que me encontraba en un estrecho pasillo, y a los lados había celdas repletas de personas que fijaban sus miradas en mí.
—¿Has venido a salvarnos? —preguntó una niña de rizos rubios y castaños, en brazos de su madre enferma.
Mi pequeño corazón de enyéi se encogió.
Ziege. Guoshui meni perught maeuth.
La mayoría de ellos me miraron con cara perpleja, sin embargo, gracias a Heliabron, dios enyéi, un joven muchacho me tradujo.
—Dice que primero tiene que ayudar a una persona a entrar. Después, dice que vendrán él y sus amigos. No os hagáis ilusiones, moriremos todos.

Avancé, intentando tranquilizar a la gente que allí moría de pena por un tirano. Llegué al hall principal, y tras asegurarme de que no había gente a la vista, abrí el candado que bloqueaba el enorme portón.

En cuestión de segundos, mi amiga entró y ambos corrimos a escondernos. Le conté lo que había visto, y me prometió que cuando liberásemos a Dean, les llevaríamos con nosotros.
—¿En esta casa no hay gente? —Avanzábamos por los anchos pasillos con alfombras y armaduras.
Peightu.
—Kaos, tienes razón —me dijo mientras observaba un tapiz rajado y caído de la pared—. Y no sólo el tapiz, mira este cuadro. Y la alfombra tiene huellas de barro.
Todo parecía llevar al gran salón principal.
—Kaos, algunas habitaciones de la planta de arriba asoman con pequeños balcones al salón. Tienes que subir y vigilar todo desde allí. No quiero que te metas, es peligroso. Si pasa lo peor, tienes que intentar coger el colgante y llevárselo a la familia Densey.
Brebmai poilues...
—Claro que todo va a salir bien —me estrechó en un abrazo, pero noté como se enjugaba una lágrima a mis espaldas—. Eres un animalillo nervioso pero sabes lo que haces, tienes buen corazón. Prométeme que no te moverás. No quiero perderte.
Ante aquello, no me pude negar y lo prometí. Subí las escaleras y entré en una habitación llena de trastos y telarañas. Me dirigí sin espera al pequeño balcón y me asombró lo que vi.
Ante mis ojos se encontraba un salón grande, las mesas que parecían haber estado decoradas para una comida, ahora estaban amontonadas a los lados, volcadas, los centros de flores deshojados y los cristales rotos por doquier, y ropa ensangrentada esparcida por el suelo. Reconocí la capa de Dean ahora reducida a harapos.
Y Dean, estaba en el centro colocado de rodillas con las manos atadas a la espalda. Se le veía agotado, respirando fuerte. Sangraba, y sudaba. Sin embargo, su semblante era de odio. Miraba hacia arriba, donde en otro balconcillo similar al mío se encontraba un hombre con pelo y barba negra, y una enorme cicatriz que le atravesaba la cara. Era ancho de espaldas, fuerte, y le hablaba.
—Te dije que si no aceptabas te encarcelaría, y como un bobo has venido a ello. Aquí te pudras hasta que aceptes mi oferta —Dean cerró los ojos, dolorosamente— ¿has visto, chico? Yo también he aprendido. Como no aceptes rápido, vas a empezar a ser prescindible.
—Admitir que soy imprescindible para ti hace que me conmueva —se burló Dean, esbozando su típica sonrisa.
—Tú ríete. Mañana si no has aceptado, me daré por vencido. Entonces, te mataré.
—Me matarás porque tienes miedo de encontrar alguien más fuerte que tú.
Eché un vistazo a la puerta, ¿dónde estaba Cressida? Entonces la vi, estaba escondida detrás de una mesa volcada, observando aterrorizada la escena, al igual que yo.
—¿Más fuerte? Chico, ¡mira dónde estás! ¡Humillado! ¡Destrozado! Está claro que soy ya más fuerte que tú, Densey.
—Entonces libérame, Drabok. —Cressida recorría el salón escondiéndose tras las mesas, poco a poco se acercaba a Dean.
Drabok entonces saltó desde el balcón al suelo del salón. Tuve que taparme la boca para no gritar a Cressida que tuviese cuidado. Ella también se tapó la boca y pude ver el miedo reflejado en su pecho, que subía y bajaba a gran velocidad.
—No —Drabok no parecía haberse dado cuenta, así como Dean—. Prefiero eliminar enemigos —portaba una gran espada, y Dean tenía la suya tirada lejos de su alcance, en el suelo—, y por ello, es hora de decir adiós, Dean Densey.
Levantó la espada, y con fuerza atacó a Dean, que dejó de mirar.
Sin embargo, la espada paró a escasos centímetros de la cara de Dean.
—Ni se te ocurra —se escuchó una voz cargada de odio.
—¿Cressida? ¿Qué haces aquí? ¡Me prometiste que no vendrías!
—Y esta mocosa quién se cree que es.
La atacó, y ella consiguió parar el golpe. Empezó a caminar hacia atrás, con el objetivo de alejar a Drabok de Dean. Él atacaba con bruscos golpes secos, y no paraba. Cressida se defendía, y huía.
Vi desesperación en los ojos de Dean, una desesperación que antes no había. Empezó a pelear con la cuerda que tenía atadas sus manos.
Cressida mientras atacaba a Drabok, cogió carrerilla y de un salto golpeó con fuerza hacia abajo, pero una espada sujeta con aquel fuerte brazo paró el golpe, haciendo que ella cayése de lleno al suelo, reprimiendo un grito de dolor.
—¡Cressida!
Cressida levantó la cabeza para mirar a Dean, sus ojos se encontraron pero en poco tiempo tuvo que levantarse y huir.
—Veo que has estado enseñado a esta joven, muy bien chico. Tal vez ella me sea de ayuda, es buena...
—Nunca me haré tu aliada. Nunca.
Ella siguió golpeando, y saltando de mesa en mesa entre lasque quedaban de pie, conseguía poner de los nervios a un Drabok furioso que la perseguía.
Dean, desesperado, seguía intentando quitarse de encima la cuerda. Quise bajar y ayudarle, ayudarles a los dos, pero en mi cabeza resonaba la promesa de Cressida.
—¿Sabéis? Lo que más pierde en este mundo es el amor. Una persona haría cosas que en un estado normal no haría. ¿Y sabéis qué? Vais a perder. Yo dejé de tener sentimientos hace mucho tiempo —rió él.
¿A qué cuento venía aquello? Sólo lo entendí cuando los ojos de mis dos amigos se cruzaron, y a Dean se le escapó una lágrima, en su semblante sembrado de dolor.
Ante esto, Cressida bajó la guardia, lo que hizo que Drabok la empujase hasta caer de rodillas en frente de Dean.
—¿Me quieres? —Dean estaba agotado, sucio, y no pude evitar compadecerme por él. Nunca le había visto así,
Cressida le miró a los ojos, y le tocó el rostro con la mano.
—Claro que sí.
—Te quiero —dijo él rápido—, si me quieres de verdad, corre. ¡Vete!
Cressida le cogió el rostro entre las manos y presionó sus labios contra los del chico. El tiempo se paró, solo estaban ellos.
Y yo, olvidé mi promesa. Tenía que bajar. Bajé corriendo, y cuando entré me escondí tras una mesa al ver que Drabok se encontraba de frente.
—Y así —empezó— es como se consigue vencer a alguien. Ya no te quiero en mi ejército, niño blando. No me sirves.
Y con una carcajada, y sin poder evitarlo Cressida, atacó por la espalda a Dean, atravesando su estómago con la espada.
Esta vez se paró el tiempo otra vez, pero no como antes. Fue una espera desesperada. Mis ojos arrancaron a llorar por mi amigo muerto, y salí para que me pudiese ver, y yo a él, por última vez aunque fuese de lejos.
Cressida, con la cara desfigurada por el dolor, se levantó y lanzó la espada del abuelo Densey; y ésta, loca por hacer justicia, se dirigió al pecho de Drabok y se hundió, cortando su cruel risa.
Y entonces, todo volvió a la realidad, a la triste realidad.
La sangre empezó a brotar.
—¡Dean! —gritó ella— No mueras por favor, te quiero. Solo quería salvarte. Todo esto es por mi culpa.
Dean la miraba a los ojos, y con un esfuerzo increíble pudo pronunciar unas pocas palabras.
—Ya... ya me has salvado. Le has... matado. Has... salvado. Has.. salvado a mucha... a mucha gente. Eres... una guerre..ra. Eres... preciosa. Gracias... te quiero Cress. No lo.. olvides.
Sus ojos se quedaron fijos en los de Cressida, y ella entonces gritó.
El mundo entero se congeló, y yo sentí una flecha de impotencia al no poder hacer nada. No había hecho nada. Me acerqué a ella, con el grito aún retumbando en mi cabeza. Aun tengo pesadillas en las que escucho ese grito.
—Vámonos —susurró—, ya no tenemos nada por lo que luchar aquí, Kaos.
Se levantó, arrancando el colgante que Dean tenía al cuello y guardándolo en un bolsillo.
Quise decir algo, pero las palabras no me salían. Todo era demasiado doloroso.
—Volvemos a estar solos, Kaos.

Sin embargo, no todo fue final triste. Conseguimos liberar a los presos de Drabok, y Saladwen fue librado del gobierno del tirano, ya que una gran guerrera había acabado con él. La familia Densey lloró la pérdida de su hijo o hermano, pero recibieron de buen grado el colgante, y en poco tiempo se mudaron a Mayfarlen ya que así lo había deseado Dean.

Y bueno, Cressida y yo continuamos nuestro camino, a orillas de los bosques, buscando un lugar al que pertenecer.
Ella nunca olvidó a Dean, siempre lloraba por las noches. Pero poco a poco, ambos nos hicimos más fuertes, y decidimos dejar de huir de todos los lugares, por él.