jueves, 17 de diciembre de 2015

El espejo de los sueños perdidos

[Escena nº 30] Improvisando con las palabras "bosque" y "espejo".

Era de bordes dorados, madera retocada con flores, hojas y tallos. En cada esquina estaba tallado un sol, y cada sol contaba una historia.
En casa de la abuela siempre hubo trastos viejos, desde un tocadiscos ruidoso que cantaba canciones de los cincuenta, a un vestido de flores azules que bailaba por toda la casa los domingos a las diez, o un perchero que bailaba claqué.
Sin embargo, lo que más me gustó fue descubrir el espejo.
Cerré la puerta de la salita, quité la sábana, y tras hacer un estudio sobre aquel bello y antiguo espejo, me miré de arriba a abajo.
Empezó a soplar viento, tanto que mi pelo se enredó y las hojas de roble que había detrás de mí se hicieron remolinos.
¿Hojas de roble? Cuando volvió a soplar, caí sobre un suelo húmedo.
—¡Eh! —miré a mi alrededor. Ya no estaba en la salita.
Dejé la mochila a los pies de un árbol centenario, y al levantar la vista, me vi abrumada por las inmensas copas verdes y los troncos astillados y gruesos.
—Pues que espejo más grande…
—¡Eh, chico! —gritó un cuerpecillo a mis pies.
Me dirigí a aquella especie de hombrecillo verde, con ojos y capucha morados.
—¿Quién eres?
—¡Soy el príncipe Kuro!
—Oh, príncipe —pensé extrañada, pero no discutí—, ¿me devuelves a casa?
Kuro pegó varios saltitos, y las orejas le rebotaron.
—¡Coge tu mochila, chico! ¡Es por aquel camino!
—Kuro, no soy un chico. Me llamo Carlota. —para cuando dije esto, el duendecillo ya corría en dirección a dicho camino.
El camino destacaba en aquel bosque de raíces gigantes, y sombras verdes. La senda era de color morado entre árboles tristes, deshojados. Sus ramas eran del color del carbón, al igual que su tronco.
—Kuro, este camino es muy oscuro…
—¡Chico! ¡Kuro conoce estos bosques! —pataleó.
Comenzamos a caminar por el sendero, mientras los árboles peleaban.
Anduvimos durante lo que me pareció una hora, cuando apareció una ardilla del tamaño de una persona, con traje de tweed.
—Buenos días —saludó mirando al horizonte.
—¡Buenas noches!
La ardilla miró fijamente a Kuro durante diez minutos, después, posó su seria mirada en mí.
—Tienes deudas, Josefina.
—Me llamo Carlota, soy su nieta —le respondí. No apartaba sus ojillos negros de mí. Como me daba miedo, le pregunté su nombre para disimular.
—Cheko.
Tras un espacio de tiempo, me fijé en la carilla de miedo del príncipe Kuro. Me asusté más.
—Nos tenemos que ir.
—No.
—En serio…
—No.
Mi cuerpo sintió tanto pánico que mis piernas tomaron el control de la situación. Agarré a Kuro, y salí disparada.
La ardilla nos enseñó sus dientes y comenzó a perseguirnos, enloquecida.
—¡Josefina, me debes un sueño! ¡No vuelvas a huir!
Jadeé, sentía que llevaba una hora trotando.
—¡Tuerce a la izquierda, es el mejor camino, chico!
—¡Soy una chica! —lloré, pero obedecí.
Al torcer, tropecé con una raíz de árbol. ¿De dónde había salido?
Mil árboles de ramas elásticas bailaban al son del canto de los pájaros; me cogieron del tobillo y me llevaron de un lugar a otro, hasta encerrarme en una jaula de ramas y espinas. Cheko estaba debajo, riendo.
—¡Chico! —gritó Kuro llorando—, ¡no me haces caso! ¡Este camino era el bueno! ¿Por qué no me haces caso? Josefina te ha contado absolutamente todo. ¡Vamos a vivir por tu culpa!
No entendía nada, ¡le había hecho caso en todo absolutamente!
—¡Solo quiero volver a casa! —lloré.
Y de repente, una mano apareció, me agarró del jersey y me sacó de allí. Aparecí en la salita oscura, ya no había bosque, ni tampoco estaba Kuro, ni Cheko.
—¿Qué demonios hacías dentro del espejo? ¡Es peligroso! —gritó mi abuela.
—¿Qué mundo tan horrible es ese?
—Es el mundo de los sueños perdidos, hay trece caminos y solo uno, si escoges bien, te lleva a tu sueño.
—Pero Kuro…
—¿Has hecho caso a un kuro? ¡Niña tonta! Los kuros son guías, pero solo saben decir lo contrario a lo que piensan. Te dicen las opciones que no debes seguir.
—¡Pero se enfadaba!
—¡Claro! ¿Te crees que la vida va a aceptar todo lo que digas? La vida es cabezota, y equivocada, ¡como un kuro! Tú debes tomar las riendas. No vuelvas a entrar.
Tal vez yo era muy pequeña para encontrar mi sueño, pero mi abuela escondía este espejo porque ya había encontrado el suyo.
Y tal vez por eso, Cheko la perseguía.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hoy no me apetece hablar
de flores podridas.
No me apetece hablar
de senderos que no llevan a ningún lado.
No me apetece arroparme,
para dejar de sentir frío.
Quiero que el frío cale en mis huesos,
y que no me haga pensar.
Hoy estoy cansada
de vivir entre personas.
Tan cansada, que quiero explorar nuevos mundos.
Tan cansada, que quiero dejar de sentir a amor.
¿Qué es el amor? Ya no lo sé.
Nadie lo sabe.
Solo se, que quien no ama,
tiene poco que perder.
Yo quiero tener poco que perder.
Quiero no poder llorar.
Quiero no poder sentir el frío.
Quiero no poder sentir soledad.
Quiero que no me de miedo ahogarme,
o apretar un gatillo.
Quiero que no me importe nada.
Quiero dejar de ser persona, y empezar a ser cualquier otra cosa,
más fácil.
No quiero saber besar, o abrazar.
No quiero poder doler.
No quiero saber nada.
Solo quiero no pensar.
Hoy no quiero hablar de flores podridas,
porque no las quiero sentir.
Hoy quiero que alguien escuche mis gritos, y no los ignore.
Pero quién, si en soledad, no existe nadie.
Y para no existir nadie,
por qué he de existir yo.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Surcos

Hoy, lloro lágrimas de impotencia.
Dícese de las lágrimas 
que no vienen a cuento, 
que no tienen causa primera,
ni segunda, 
pero tal vez
tercera y cuarta.
Lloro lágrimas contenidas durante tanto tiempo,
que están marchitas, y cuando salen,
son tan ácidas que rasgan la piel
por donde pasan;
como si fueran 
mis mejillas,
hojas de papel.
Tengo miedo de hablar mucho de la luna
y nunca poder verla.
Tengo miedo
de hablar demasiado,
y vivir poco lo que hablé.
Tengo miedo de haberte dado la mano,
demasiado fuerte,
demasiado al principio,
y que ahora estés cansado
de moratones que dicen querer.
Lo siento, yo siempre he querido darte mis mejores
sinfonías y canciones,
pero se que por competir,
compito con canciones mucho mejores.
Lo siento, por quererte tanto, 
y no dejarte tal vez descubrir cosas mucho mejores
que una chica con lágrimas ácidas.
Y lo siento, una vez más,
por querer soltarte,
abrirte las alas,
que quién sabe, tal vez fui yo,
quién las cortó.
Lo siento, si te tengo para mí,
cuando podrías
vivir momentos mejores.
Lloro hoy, lágrimas de impotencia, 
y escribo,
escribo rápido, y escribo sin ver.
Lágrimas entre beso y beso,
y sonrisa y sonrisa.
No quiero perder todo lo que poco a poco,
he ido haciendo mío, y 
a la vez,
me siento egoísta. 
Tal vez haya descubierto
que el amor funciona con sus propias leyes,
y si no te gustan, no las juegues.
No quiero volverme ludópata de un juego
en el que siempre gana otro, Dios sabrá quién,
pero nunca los apostantes.
Y por eso, mientras aprieto
tu cuerpo contra el mío lloro,
temiendo tener que dejarlo
algún día.

domingo, 1 de noviembre de 2015

;;

Y qué,
si sigue lloviendo.
Y qué,
si el río sigue corriendo.
Empecé a contar margaritas, y me gustó.
Y ahora no quiero parar. No puedo parar.
Aprendí a andar bajo techo y que la lluvia solo pareciese un reflejo,
que podía ver, y mojar,
pero a otros,
y no a mi.
Quise hacer de mi bosque mi vida, pero los árboles querían seguir siendo de nadie.
Quiero a tanta gente, y a la vez tan poca,
que no tengo corazón,
donde meterles,
y opto por tener una caja,
de cartón, que cuando se moja, ya no sirve.
A veces, me encantaría saltar y saltar de un precipicio, y sentir el vacío y reírme.
A veces, siento que siempre caigo, 
y que nunca,
nunca,
pararé.
Y en esos momentos, aunque se que llegaré,
en algún momento,
a tierra firme,
no puedo evitar gritar.
Y llorar.
Me apetece, vestirme de blanco,
y visitar sitios donde nadie sepa,
mi historia,
mis deseos, 
lo que pienso,
para así poder estar sola, de una vez,
y no solo sentirlo.
Y a la vez,
quiero que ella camine a mi lado, siempre. Porque siempre está.
Me aficioné a coger margaritas,
sin saber,
que algún día,
se acabarían.

viernes, 22 de mayo de 2015

Color de esmeralda

Y me encuentro de pie, con mi pájaro cantor y mi sombrero raído, 
lleno de flores que en primavera crecieron, y en verano marchitaron. 
Con las malas hierbas a mi alrededor; que por mucho que arranque, vuelven a nacer. 
He conocido algún fénix mas bonito. 
Me han vuelto a tirar a una orilla para que no estorbe. 
Un beso que di en invierno, se acaba en verano, mustio, 
pero a mi me sigue gustando. 
Las flores vuelven a ser frescas, llegó otra primavera. 
Esta vez estoy en mitad de una senda, pobre quién me encuentre. 
Mi pájaro cantor se ha olvidado de como se cantaba el Mi. Se lo salta en la escala. 
Me caigo en la playa por que me cambiaron por una caracola. Su sombrero no esta raído, y es de plata. 
Tengo la cabeza llena de tallos secos, pero es que me daba el sol y para eso son los sombreros. 
Ahora vuelvo a estar abandonada, en aquel camino, ojalá no me coja nadie más, no tengo la culpa. 
Mi pájaro cantor me cuida, aunque no me conoce. 
Lleva en el pico un sombrero, 
y dentro un tulipán rojo 
y una esmeralda. 
Y ya canta bien, 
le he enseñado,
a base de inviernos.

viernes, 13 de febrero de 2015

.

Corrió hasta la casa a la que nunca nadie entraba.

"Chico, lo siento, que esa casa está abandonada, y con el roce de una pluma se desmorona,
como un árbol en otoño, cómo aquel montón de nieve de aquella cima, como un corazón enamorado".
Y siempre intentó evitarla, por miedo a aquellas habladurías.

Pero decidió ir, a ver si entre sombras encontraba a quién amaba,
a ver si encontraba quién era,
pues sólo ese sitio le faltaba.

Llegó y sólo encontró una habitación, con un armario viejo con un espejo, unos cajones, y nada más que aire y polvo, y probablemente ratas, escondidas de la amenaza que supone el exterior.

Y al mirarse al espejo, vio detrás la sombra, y sonriendo, se quedó mirando.
Ella se acercó, con las manos llenas de sangre y de flores, tanto en sus manos como en su cabeza, y en su pelo.
Sus vaqueros rotos y sucios, tan rotos que se le veían las cicatrices y el vello.
Manchas de sangre en su entrepierna indicaba que había permanecido varios meses encerrada.

El cuchillo pasó como un águila al lanzarse a la caza, y con tanto ímpetu que rajó el espejo, y acto seguido pegó un grito, y los dos comenzaron a sangrar del hombro.

"Eh, tranquila, que locos están muchos."
"Yo no estoy loca, si no con pánico."
"Yo te amo igual."
"¿Quién coño eres?"
"¿A caso eso importa?"
"Que me ofreces."
"Victoria. Porque no te conozco, y ya te amo."

Y lanzó una piedra contra aquel espejo, y su reflejo; contra el reflejo de los más grandes y puros miedos, contra el reflejo de aquella niña encerrada durante ocho meses vigilando que de allí no saliesen y se arrastrasen con cuchillos largos aquellos monstruos hasta su cama.
Mejor no quitarles la vista, a darte la vuelta y recibir un hachazo en el cuello; y cuando tiró la piedra, el miedo y el espejo se hizo mariposas volar, los dos gritaron, y los dos sangraron, y ella perdió el conocimiento.
Cuánto daño hace el miedo, y cuánto controla.

De allí en brazos la pudo sacar, a la chica que amaba, con sólo ver que en aquel espejo sólo había un miedo, un valiente, y terrible miedo.

El miedo a la humanidad.