jueves, 14 de agosto de 2014

Pesadilla

Y en ese momento, con la música de los recuerdos de fondo, te resbalas por la pared, hasta caer de cuclillas en aquella esquina de melancolía, de extraños que una vez fueron queridos. 
Te aprietas la cara con la mano, como si eso fuese a parar que las lágrimas salgan disparadas, y que los gritos no huyan con angustia de tu garganta. 
La vergüenza y el temor que siempre se hallaron en un rincón en tu interior, existen más que nunca. Dicen que el amor es lo más bonito de todo, y así debe de ser, dado que cuando termina o se debilita, duele que se vaya, duele tanto... tanto que no te importaría saltar de un precipicio a las rocas más puntiagudas y desgastadas. 
Y el mundo sigue, a tu alrededor, nada ni nadie ha cambiado, tu corazón es el único que ha sido ocho veces apuñalado, pero eso nadie lo ve. 
Los colores de un mundo alegre se convierten en las flores mustias y grises del primer día de invierno, así como tú. 
Y los recuerdos, amor, los recuerdos que solo dos personas conocen, empiezan a surgir en tu memoria tan plenos como si te hallases en ellos; tan plenos porque tal vez ya solo tú tengas acceso a ellos. Pero te recuerdan que si esa es tu razón de mantenerte en pie, joder, lucha por traerla de vuelta. 
Levántate, y aunque las lágrimas no cesen, grítale que todo por lo que viviste está en frente de ti, y agradécele, que te haya sacado sonrisas hasta el punto de ya no poder darte más. 

Y te levantas de golpe, y miras a tu alrededor. Otra pesadilla, otro desamor. 
Pero cuando sales por la puerta, alguien te abraza por detrás, un beso, en la nuca, que hace que agradezcas que todo fuese un sueño, y que esa vergüenza y ese temor, vuelvan a ese pequeño rincón en tu interior.

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