domingo, 6 de marzo de 2016

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Se levantó con el cuchillo clavado a su cuello, y aun así no quiso gritar.
Se levantó y se lo arrancó, y lo quiso dejar.
Se empezaba a aburrir de sentir los pinchazos, el filo clavandose en una carne de color podrido.
Muerte.
Deberíamos acostumbrarnos a hablar de ella, pues le debemos mucho.
Nos libra de esta caldera, de este martirio, de esta injusticia.
Y mi cuchillo, que duele pero nunca mata.
Sangra pero mi sangre nunca acaba.
Y piel de margaritas mustias cada vez es más mustia.
¿Y qué?
Tal vez así espante a las trampas de la vida hasta que no pueda respirar más que recuerdos.
¿Y qué?
Tengo ganas de gritar pero duele que entre tanta gente nadie te pueda ayudar.
Tengo un cuchillo, que se me clava en el cuello,
en la cabeza,
y en el costado.
La vida sigue, y yo aun no consigo sacármelo.
Y su dueño, murió hace tiempo. Bendita envidia.
Ya no piensa en cuchillos ni en pistolas.
No se le clavan más que las caricias de la tierra mojada.
Escribo y ya no se porque motivo.

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