martes, 16 de febrero de 2016

Compañero

Entré en la casa, donde la gente estaba tirada por los suelos ya desde las seis de la tarde.
Llegué con la nieve, mi compañera fiel, mi cortante amiga que aunque duele, nunca abandona.
Entré en la casa y vi a caras rojas y cuerpos inquietos bailando al ritmo de un rock & roll.
Las luces me golpeaban como la lluvia de abril.
El reloj de la cocina marcaba la una  treinta y tres.

Dejé la cazadora plagada de parches encima de un sofá condenado a soportar el peso de a lo que todos nos sobraba.
Entré a un salón de madera de pino, y de copas de vodka blanco. Por encima de las cien cabezas se veía un humo de color arco iris, efecto de las dichosas luces.
Empecé a buscar a la persona que me había invitado a este palacio de Lucifer, por el mero hecho de saludar o decir "hola, he venido."

Sin embargo, me topé de bruces con el mayor extraño que el mundo me ha permitido descubrir. Me miraba de arriba abajo, como yo a él.
Tenía el pelo corto y negro, unos ojos negros, y vestía entero de negro. Y parecía estar solo. Cuando me di cuenta de que aquel era un espejo donde mi reflejo meditaba, también vislumbré al grupo de personas con el que se suponía que yo iba.

Me acerqué, y me senté en el hueco que me hicieron. Saludé, sin recibir respuesta, como cada día.
Escuché la conversación sobre las opiniones de aquel chico que se había suicidado la pasada semana.
—Seguro que fue por amor. Mucha gente se suicida por amor.
—No digas tonterías. Tendría problemas en casa.
—A lo mejor era un drogadicto y se tiró por la ventana pensando que un dragón celeste vendría a recogerle —se escucharon las carcajadas mientras daban caladas a sus cigarrillos. Intenté reír, aun no teniendo nada de gracia aquel comentario.
—Tal vez se sentía solo... —intenté opinar.
—¿Sabéis qué es lo mejor? Su novia está saliendo con otro chaval.
—¿Veis? Era por amor, seguro que esos dos no estaban bien.
—Eso es mentira, la chica está de baja por depresión. Mis abuelos la conocen, era la hija del tendero de su barrio..
—Tienes razón, seguro que fue porque esos dos no estaban bien. Aunque espero que su nuevo novio sea más guapo, el antiguo no lo era...
Se volvieron a escuchar carcajadas, esta vez me levanté y me fui, sintiendo el vacío de mis comentarios aun flotando en aquella atmósfera con olor a alcohol.

Pedí una copa, y empecé a beber mientras echaba una mirada al reloj que marcaba el paso de mi agonía.

Las dos. ¿Sólo media hora?
Me moví incómodo entre los cuerpos sudorosos hasta llegar al pie de las escaleras.
Dos escalones más arriba se podía ver como una planta lloraba en su tiesto mientras hacía de cenicero y entre sus ramas se clavaba un cartel que rogaba no subir a la planta de arriba. Sentí lástima por ella, y la vacié de colillas. Sentí que me susurraba un "gracias".
—Perdona, ¿sabes dónde hay un cubo de basura? —la chica se dio la vuelta y se fue—. Parece que no.
Volví al rincón donde aun seguían reunidos aquellos corazones sin sentimientos. Eché las colillas en el cenicero y me volví a sentar.

Esta vez no presté atención a la conversación.
Cuando consideré que había pasado un buen rato, me levanté para ir a charlar con mi amigo el reloj de cocina. Por supuesto, nadie percató mi marcha. Si es que habían percatado antes que había llegado.
Las dos y doce.

Entonces escuché un grito. Me giré para ver si alguien más lo había escuchado, pero no lo parecía.
Crucé otra vez entre la gente, esta vez dando codazos allá por donde pasaba; total, nadie se daba cuenta de mi presencia.
Llegué al pie de la escalera, la planta estaba tirada a un lado, con una rama rota y el cartel caído.
Subí todo lo rápido que pude, cuando escuché otro grito.

Abrí la puerta de la habitación, y presencié como tres chicos y una chica acorralaban a un chico en una esquina, y le quemaban con un mechero. El chico intentaba salir de allí, pero le volvían a tirar hacia el rincón.

Le volvieron a quemar, y esta vez el chico pataleó y dio puñetazos al aire para intentar librarse. Esto les hizo reír, y volvieron a la carga.
—¡Eh! —nadie me escuchó. Seguían riendo— ¡Eh! ¿Qué coño estáis haciendo?
Ver a aquel chico indefenso llorar me llenó de rabia. Cogí la lámpara y se la tiré encima a uno de aquellos matones, que gritó cayendo de rodillas al suelo, con la lámpara haciéndose mil pedazos.
El chico aprovechó esto para huir, se levantó y salió corriendo, empujándome a un lado con fuerza y bajando las escaleras sin echar la vista atrás.
—¿Qué coño..?
—Vayámonos de aquí.
Me pegué a la pared donde había llegado a parar tras el empujón del chico acosado, me pegué mucho temiendo el golpe de aquel grupo de matones.
Sin embargo, el golpe nunca llegó. Cuando abrí los ojos me vi solo en una habitación. Respiré, y me tiré en la cama.

Pensé en recoger la lámpara, pero algo en mi cabeza se negó a dejarme recogerla.

Miré al techo, donde había pegadas estrellas fosforescentes. El cuarto, por como estaba decorado, debía pertenecer a un niño pequeño. Cerré los ojos un momento.

Cuando me desperté, fue por culpa de una pareja que decidió entrar a acostarse en la cama donde yo dormía. Molesto, me levanté y me fui, dejando la cama para ellos solos.
Al bajar las escaleras, me sentí mareado. Me apoyé unos minutos contra la pared. La música resonaba en mis oídos, mi cerebro latía al ritmo de la bachata.
Cuando fui a continuar andando, me mareé el doble y caí de rodillas sobre el suelo, me sujeté la cabeza con las manos. ¿Qué me estaba pasando?

Me di cuenta de que había caído enfrente del espejo donde antes no me había reconocido. La sangre brotaba de mi sien, corriendo por todo el perfil de mi rostro y por el cuello, terminando su recorrido en mi camiseta, empapada de líquido granate.

Me separé las manos de la cara y las vi ambas manchadas de rojo, y pálidas, al igual que mi rostro desorientado.
Me quité pelo de la sien, y observé pequeños trozos de cristal clavados. Algún trozo de lámpara debió de saltar a la cama donde había estado durmiendo. Me quité los trozos, sintiendo un dolor puntiagudo.

"Necesito agua, o vendas, o algo" me levanté pero me caí al suelo a lo largo, las personas siguieron bailando a mi alrededor, empezando a subir por encima de mi.
—Ayudadme... —la música seguía sonando, haciendo mi cabeza retumbar. Seguía notando el descenso de la sangre por mi rostro, seguía notando mis brazos cada vez más pálidos.
"¿Cuánto tiempo llevo perdiendo sangre?"
Me tapé la sien fuerte con la manga de la camiseta, intentando frenar la sangre. Los golpes que recibía eran cada vez más letales, sobre todo si eran tacones los que se encajaban en mis brazos y espaldas. Hice un intento por levantarme otra vez, y esta vez conseguí llegar a una encimera donde apoyé todo mi peso. Cada vez me sentía más débil.

Miré el reloj de la cocina. Las tres cuarenta y cinco.
Miré al frente. Las luces me confundían.
Vi cada rostro riendo.
Cada boca besando, fumando.
Vi cuerpos bailando.
Hice un pequeño esfuerzo por taparme los oídos, pues faltaba poco para que estallasen por el constante grito de los altavoces.
"Ayudadme" quería gritar mientras mis brazos se escurrían con mi propia sangre en la encimera, y todo mi peso volvía a caer al suelo.
"Hacedme caso."
"Existo."
"Estoy aquí."
"Escuchadme."

La rabia me llenó por dentro. Toda la rabia que había en mi interior explotó, llenándome de vida, provocando que mi cuerpo ganase un último empujón. Todo mi ser quería hacerse notar.
Cogí la botella más cercana de whisky y la estampé contra los altavoces. Mil pedazos de cristal salieron volando, muchos clavándose en mis manos. El líquido entró en los aparatos, haciendo que la voz de la cantante se fuese apagando poco a poco hasta producirse un ruido insoportable que hizo gritar a todos, hasta apagarse. La sala se quedó en silencio, y mi cabeza descansó.

Alrededor, por primera vez, todos en silencio me observaban. Tenían cara de terror en sus rostros, y los que más cerca estaban de mi, se alejaban.
Aquella visión caló en mi mente, clamando más y más.
Tiré los altavoces, que se cayeron rompiéndose.
Cogí dos jarras de cristal que estrellé contra las personas que se atrevían a susurrar. Mis manos cogían objetos, y los tiraban contra la gente, contra el suelo.
La gente horrorizada salía corriendo, y empecé a oír gritos de insulto.
La gente me hacía caso. Se daba cuenta de que yo estaba allí.
Tiré tantas cosas, que golpeé a una vela que cayó sobre el suelo de pino, y en poco tiempo empezó a arder.
La gente salía despavorida, y entre golpes caí al suelo. Mi cabeza volvía a ser la misma de siempre, y más débil que nunca.

"¿Qué has hecho?" me desmayé.


                                                                  * * *

Cuando desperté, me encontraba en el jardín del portal de mi casa, tirado. Sentía mi corazón latiendo en cada parte de mi cuerpo, pero lo sentía de tal manera en la cabeza que no lograba escuchar nada de lo que pasaba alrededor.
Miré a los lados, pero me encontraba solo. Mi cabeza y mi mano se encontraban vendadas.
Estaba demasiado desconcertado, hasta que logré recordar. Recordé lo que había hecho. Y lloré, lloré como nunca. El miedo se apoderó de mi. ¿Había matado a personas?
Sin embargo, mis lloros no se oían más que como simples sollozos, pues mi energía no daba para más.

De repente, oí algo detrás de unos matorrales moverse.
"Han venido a devolvérmela. Me van a matar. Debería estar muerto." pero mis pensamientos eran contrarios a todo mi cuerpo, que quería huir. En mi vano intento de levantarme lo único que conseguí fue dar una vuelta sobre mi cuerpo y quedarme bocabajo.
—Eh, espera, tranquilo —oía una voz, y unos brazos me dieron la vuelta para volver a colocarme en mi antigua posición— no era mi intención asustarte. Es solo que... tenía miedo de tu reacción. Ya veo que por mucha cosa que quieras hacerme, te ganaría —rió la voz, y mis ojos consiguieron reconocer a aquel muchacho. Era el chico al que habían estado intentando quemar y pegar en la casa.
—¿Has sido tú? —susurré, señalando mi cabeza vendada.
—Sí. Te saqué de allí antes de que te hicieran papilla a base de pisadas. Por cierto, come. Tendrás más fuerza.

Me lanzó una chocolatina.
—No quiero. ¿He matado a mucha gente? —lloré.
—¿De qué hablas? Solo ha habido dos heridos. Y leves. Puedes estar tranquilo.
—¿Cómo voy a estar tranquilo?
—¿A caso ellos te ayudaron a ti? Se lo merecían.
—No digas eso. Yo no soy así.
—Cierto. Eres un moderno. Chico con sentimientos, ¿eh? Hacía mucho que no conocía a uno como tú.

Le miré. Me observaba fijamente. Era guapo. Tenía los ojos azules, y el pelo rubio. Sin embargo, era muy delgado, y parecía frágil. Me pregunté cómo habría logrado llevarme solo a rastras hasta mi barrio.
—Gracias.
—¿Por qué? —me sorprendí, mirándole a sus ojos azules. Más arriba, el cielo empezaba a clarear; las nubes pasaban a ser como la espuma del café en un fondo naranja.
—Por ayudarme anoche. En la casa. 
—Es lo que hacemos los modernos ante lo injusto —reí. Pero antes de poder terminar, el chico se inclinó y posó sus labios sobre los míos.
Me besó, tiernamente. Saboreé sus labios fríos. Sabían a tabaco, a ciudad, a dolor y a arte.

Cuando se apartó, mi aliento se quejó pidiéndole de vuelta.
Sin embargo, él se levantó.
—Será mejor que te vayas por un tiempo. La policía no tardará en venir a buscarte.
Asentí, abriendo la chocolatina con el fin de recuperar las fuerzas necesarias para subir a casa, hacer la maleta, despedirme de mi madre e irme. Lejos.

—¿Cómo te llamas?
—¿Qué más da? —respondió—. Te vas. —Empezó a caminar hasta desaparecer detrás del edificio.

Nunca más volví a aquella ciudad. Ni a hablar con ninguna persona. Ni volví a besar. Para que mis labios y mi corazón no olvidara.

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