miércoles, 6 de julio de 2016

Papel y tinta

A veces el reloj de nogal del salón rechina.
Grita porque piensa que todo está al revés.
Siempre fui de aquella clase de personas que tiran la piedra y no esconden la mano, nunca pensé que hiciera falta.
A veces salía a correr y simplemente me entretenía en contar cuántos tipos de flores distintas adornaban las orillas de la senda, en vez de pensar que me había equivocado otra vez de camino.
Creo que nunca me sentí tan bien como aquel día, de brisa, observé a cualquier persona y sentí indiferencia.
Cada día me atrevo a dar pasos más lejos y no, no me importa dejar atrás a gente en el camino. Y por eso cada vez me pierdo más, yo sola.
Nunca he sentido ganas más fuertes de guardar mis secretos como si fueran el misterio de por qué me convierto en una persona más indiferente cada día.
Nunca he disfrutado mejor de una pintura que aquel día en que intenté recrearla de memoria, antes de abrir los ojos.



He tenido días de soledad, donde yo me importo más que nada, donde las calles se vuelven los abrazos que me faltan.
A veces la música de un viejo saxofón reclama de dónde soy, de dónde vengo; y la libreta vieja con olor a tinta se abre por la página escrita a medias, un día de frío y monstruos.
Me da miedo la sombra que corre detrás de mi y a pesar de ello, me gusta jugar a seducirla y hacer que me persiga, para tener alguien que me acompañe.
Alguien que me acompañe a los lugares desolados donde habitan pájaros en nidos quemados, con olor a azufre.
Pájaros con dientes por boca, y que no cantan sino chillan tus peores pensamientos.
He creído tantas veces que el papel y la tinta curarían mis heridas que, entre calle y calle, escribo una línea de flores.
Y sin embargo, hoy los brazos dejan de ser las calles, hoy me cogen y me recolocan en aquel lugar de sonrisas agridulces.
Yo quiero la calle. Yo quiero mi libreta y mis líneas, de flores marchitas, pero flores.
Yo no quiero caer en las mismas ramas muertas que un día no soportaran mi peso.
Yo quiero bailar acompañada de mi sombra. 
Ella se encarga de que la soledad que respiro sea sana.

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