viernes, 14 de octubre de 2016

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Aceleré el paso.
La lluvia corría por mis sienes.
Solo yo no sabía nadar en el aire húmedo.
Torcí a la derecha y la volví a ver. Clara, como la luz del sol, pero en mitad de una noche de tormenta. Tenía el pelo de color electricidad y bailaba al ritmo de los truenos. Su vestido de nieve se pegaba a la piel, y pedía ser arrancado.
No era la primera vez que la veía, pero como cada vez, mi cuerpo temblaba hasta querer perder el control. Dejé de mirar.
En la quinta mañana me soñé corriendo. "¿De qué estoy huyendo?"
Llora más fuerte, nadie te oye.
Y la vi, aquella primera vez, pálida y brillante.
Y bailaba, se retorcía y sonreía, corría y caía, se enganchaba en las rejas y flotaba, sucia y pura.

Cuando me di cuenta, estaba recordando. Mi piel se estremeció allí donde en su día fue acariciada, exhaló como una flor que intenta abrirse y conseguir la máxima luz.
Mis labios temblaron al echar en falta aquel beso en la oscuridad, entre manta y manta.
Mis ojos echaron en falta una mirada enamorada en la que sentarse a descansar.

Y la volví a ver. No tenía ojos y se reía tan alto que quise gritar.
Los días pasaban de tres en tres y yo veía a aquella extraña en cada rincón de mis pesadillas.


El día 103, me puse mi mejor vestido y la invité a una copa. Y de mi piel brotaron flores.

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