domingo, 30 de marzo de 2014

Cafetería

Entró por la puerta. Levantó la cabeza y observó. Habría como mucho cinco mesas pequeñas, distribuidas y luego una barra. 
El camarero estaba haciendo café. Adoraba el olor a café por las mañanas. Por la gran puerta y las ventanas entraba la luz del sol de la mañana. A sus pies, se veía su sombra, alargada. Se fijó en que las pocas miradas de aquella cafetería se dirigían a ella. 
Normal, era un día frío y llevaba un rato parada con la puerta abierta, mirando si habría alguna mesa libre, y entraba el frío. Entró del todo y se quedó a un lado; las miradas volvieron a donde estaban en un origen. Localizó una mesa libre en la esquina más oscura. 
Se dirigió hacia ella, apoyó su mochila en la mesa y se sentó despacio, observando a la gente de su alrededor. Este año era nueva en ese colegio. Nunca llegaba a las primeras horas. No le interesaba ninguna de las asignaturas que tenía. Siempre venía a observar a la gente a esa cafetería. Aún no había conocido a mucha gente, pero tampoco tenía ganas. Esta vez quería vigilar sus amistades, sus compañías. 
Mientras escuchaba música con sus cascos observó. En una mesa se reía alto un grupo, del bachillerato de artes. Todos vestían de negro. Los chicos con melenas oscuras, piercings, dilataciones. Le llamó la atención. Todos con chaquetas de cuero, negras, con guantes en el dorso dibujadas manos de esqueleto. 
Dos chicas menudas, con pelo a media melena. Ambas llevaban gafas. Una de ellas llevaba un gorro negro, y tenía una voz chillona. Se reía con lo que decía un chico grande, con la melena recogida en una coleta. De vez en cuando el chico de la coleta miraba en su dirección. 
Se apartó un mechón castaño que le cayó sobre los ojos y dirigió rápidamente la mirada hacia el libro que estaba leyendo y que había sacado rápidamente, "La llamada de las hadas" de Conan Doyle. Lo leería mil veces y no se cansaría. 
Miró hacia otra mesa. Una pareja. Él era guapo. La chica no. Pero su sonrisa era bonita. Su risa cuando él le gastaba bromas era como una suave melodía. Se sonreían entre beso y beso, caricia y caricia. 
En una mesa alejada tres chicas miraban hacia la pareja. Tampoco eran guapas. No sabía. Iban tan maquilladas que no se distinguía. Dos morenas y una rubia. Miraban la pareja con recelo, la comentaban y se reían. Odiaba la gente de ese tipo. 
En la cuarta mesa estaba sentada un chico de profundos ojos azules, estudiando. 
Para cuando volvió la vista a su libro, estaba tocando el timbre que marcaba el final de la primera hora. Los de artes se levantaron, las chicas de pelo corto fueron a otra mesa en la que se empezaban a sentar nuevas personas. El chico de la coleta se había ido fuera a hablar por teléfono hace un rato, y seguía allí, dando vueltas y discutiendo. Quedaban dos chicos en la mesa que hablaban mientras recogían. Uno de melena ondulada y negra, y cara de niño recogió del suelo su mochila y su carpeta de dibujo, le chocó al otro chico y se fue a clase. 
La pareja se daba besos. El chico le dio un profundo beso en la mejilla, luego esta se fue a clase por la puerta de dentro. El muchacho se reunió con las tres chicas de la otra mesa. Ellas se rieron y le hicieron muecas, pero él las ignoró y salió de la cafetería con una sonrisa. 
Mientras tanto, ella guardó el libro, cerró la mochila. Cuando levantó la vista sorprendió al chico de los ojos azules recogiendo rápidamente. Este levantó la vista y la sonrío. Luego salió de la cafetería con el libro en sus manos. Lo que tenía en sus manos no era un libro de estudio. 
Era "La llegada de las hadas", de Conan Doyle.

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