sábado, 22 de noviembre de 2014

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Cerró los ojos, subió la música. 
Se metió las manos en los bolsillos, y dio cincuenta pasos, contados, en contra del viento helado.
Pisó fuerte sobre la escarcha, ya no temía que se rompiese en mil pedazos haciéndola caer y ahogarse. 
Ahora lo buscaba.
Se desató la trenza donde solía llevar enredadas sus preocupaciones, entre flores, y las dejó volar.
Sus labios rojos no pegaban con el mundo que la rodeaba. Dio cincuenta pasos.
Empujó hasta enterrar en el suelo lo que antes la había estado ahogando, y se rió de su ingenuidad.
Sintió ganas de correr, ganas de besar, ganas de reír, ganas de contar, ganas de conocer, ganas de dar cincuenta pasos.
Abrió la boca y de ella brotó una flor roja hasta el cielo, plagada de espinas que raspaban su garganta y la hacía sangrar.
Y todo se tiñó de escarlata, y de cincuenta pétalos, y de incontables espinas.
Y una risa melódica salió, de la nueva flor, hermosa, así como peligrosa.

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